jueves, 14 de octubre de 2010

VIDA MÍA

¡
Es un Iturbide! Domínguez sabe que está caracterizando con ese estilo afectado de cuando se pone poética (patética). Le respondió con un fiasco apenas despegarse la taza: ¡Un burgués mediocre, de ascendencia bastarda y roba erarios, tiene al peine y al espejo por consejeros; pero aristócrata jamás! Que si el menudo aristócrata entonces él republicano o anarquista con tal de ir en su contra. Respecto a su oposición histórica (histriónica) contra William Iturbide, lo enfadaba gritar frases largas y complejas con tanta emoción, más, la certeza de que a su mujer lastimaba la diatriba contra su adorado, tan recurrida a través de los años, y sabía también, tan bien, que en verdad protegía a su amante por encima de sus devaneos, desde aquellos años. Ahora entre ella vieja gansa de la sensualidad y del erotismo bien ejercido en sus años más culones, de cabaret literario y vodevil cultural, hombres y más hombres en su cama combinación de sudores; y él, viejo lagarto, ido profundo al apaciguamiento calcinado de las frías bibliotecas, hombre inmueble, terrible y hábil para el mentís, escondiendo celos rencor y desesperación de amante ultrajado en portadas, la distancia se volvió insalvable. La verdad es que a Domínguez Domínguez no interesa la verdad pero la tuvo: ¡Me hace sentir mujer, me trata como a una reina, se adelanta a mis pensamientos, me regala orquídeas de Constitución, las tardes de lluvia son románticas junto a él, huele a fragancia, me lleva a cenar y me cuida, hablamos del amor, es poeta! Para ella todo eso junto era el amor. Domínguez locomotora visceral su mente descarrilada detallando la escena: su mujer vistiéndose para ir al Orfeo a cantar, mientras aquél en calzoncillos detrás acariciándole el cuello con besitos en una habitación afrancesada según gusta la paloma. Esa medallita que cuida como un recuerdo precioso, ahora entiende Domínguez, corresponde con la ocasión en que pretextó el éxito de la temporada para llegar a casa pasada la media noche, ebria de aplausos y del placer del amor, directo a dormir sin hacer menor aspaviento no dejarse tocar. De este modo hacía de Domínguez un sistema alterado de relaciones, nervios, fechas con pretextos, atuendos con expresiones como ella frunciendo labios ante el espejo, y ¿en quién estará pensando esta vez? Entrañas al rojo vivo durante discusiones debatidas tantas tardes como fue engañado, cabos atados muy después cuando por ejemplo, durante un desayuno en que untaba margarina a su pan, Maribela comentó a vuela pluma que una noche en el Royal costaba alrededor de dos mil quinientos, la muy puta empinada para otro en una cama de pétalos; porque a éste su padre aún le daba fortuna, y por ello doble Domínguez ya no tiene certeza, si detesta que William Iturbide tenga a su paloma por lujos y sensiblería, o porque sea mejor amante o poeta más virtuoso. La sangre de tan flamígera se hela y prefiere no pensar. Ella volvía plena luego de enredarse con aquél. Domínguez por salud se obliga a creer que nada serio ocurre entre ellos, nada más porque se recitan poesía, porque meten mano al bollo gordo de su esposa ingobernable. Ella argumenta no poder dejarlo pues tienen proyectos juntos, porque la cultura es lo más importante en su vida, después del amor el canto y comportarse caprichosa, exigía la llamaran nena, reía tirada en cama jugando con las piernas al aire que, Domínguez dejaba bien fácilmente la dignidad. Luego aplacadas las vehemencias surgían emociones disociadas, el placer que deviene dolor y éste que se dulcifica placer. La ama y la odia.

Aquel domingo en el lago Maribela reclamó su intimidad, por ninguna razón mucho menos Domínguez podía ver los mensajes en que la endiosaban, pues ya una vez le arrebató y contra el suelo descalabró el artefacto, harto de ver cómo la tenían arrobada, cuando él, hambriento mendigando amor, demostraba viril natación en lo hondo inútil, sensación de patada en costillar de pellejo perro callejero, cómete las sobras del amor. Maribela le había advertido que si quería tomarla como puta, entonces eso sería. Fue la hora en que se puso grosera y difícil y no ha parado su cinismo. Yendo en el auto se volvió febril agraviando con que se daría gustosa, ya por hallar placer de provocar la ira de Domínguez o porque de sus palabras brotó el apetito, sentones en cualquier hombre, es más, en todos los hombres del mundo. Al parecer de Domínguez, todo; pero afuera decente. Se adivinan en los sujetos las fantasías que Maribela inspira. Mejor regresar a casa para violarla, castigarla apretujándola como para retenerla por siempre. Ella suplicaba que no pero se dejaba maltratar, ser deseada y poseída lo era todo, se erotizaba la atmósfera se cargaba, la piel, el resto perdía importancia, se la cogía toda. Noches largas y cansadas de herirse profundamente con verdades filosas, de terminar y comenzar otra vez luego de cada pelea. Por la madrugada en un hotelucho del Centro la poseyó con bestialidad y ella se dejó devorar llorando y gritándole ¡bruto, me quieres matar! Sabía diñarse; solían jugar a que estaba embarazada y pedía a Domínguez le tocara el vientre, protagonizaba el éxtasis de engendrar la vida, proponía ensayar nombres para el bebé y se divertían haciendo planes y delineando la axiología de la educación del nene, cómo se vería lindo Domínguez hecho papá con la bolita de carne entre brazos.

Fue uno de esos días cuando de la nada vino a informar que había llevado a Willi a conocer a su madre. Habían bebido té de Bután comprado en el lujoso Asturias, en el jardín de la casa pasaron una tarde maravillosa, cómo mamá quedó encantada con el sujeto y se figuró una pintura en la que ambos aparecían vestidos de gala, ella sentada honorable en medio con detalle de Willi tocándole el hombro, un verdadero caballerito, expresó. ¿Acaso Maribela esperaba que Domínguez se entusiasmara también por haber llevado al sujeto con mamá? Reconvino que si en verdad la amaban entonces querrían verla feliz. Salió decepcionada a la calle a media noche nadie sabe para qué. Luego disuadir la indignación de Domínguez le resulta un cepo delicioso, con esa ternura y sensualidad de chiquis incorregible. Domínguez antes de conceder el beso rogado, perdón que siempre otorga por ¿amar a esta mujer?, será trono del reproche y la reprimenda, se valdrá para decir que ahora sí, ésta la última vez, toma sus cosas y se larga. Nuuuuu, nuuuu, suplica en calzones tirada en la cama, ya son las once y no quiere levantarse. Más tarde cantarina en la regadera, para ella la vida es un bombón.

Pero ¿qué tal que la única realidad fuese Bólek el gato sentado con su espalda curva relamiéndose cachaza los bigotes de su vida fácil?, amado tanto por Maribela. Acaso también comenzó Domínguez no pudo darse cuenta desde cuándo, a creer, o notaba a partir de considerar a Bólek, que simplemente ya no veía al mundo como antes; pero de inmediato resolvió que no tenía celos del animal, tan obeso, tanto amor y cuidado le prodigan. Domínguez transportado a un mundo donde la tetera y Bólek constituyen toda referencia de la realidad, sórdida, como atrapada en la poética de Allan Poe; el gato escapa siniestro por la ventana y él queda expansivamente solo discutiendo epistemología con la tetera en la confusión de la noche primigenia; ésta a todo responde fuiiiii.

El rencor tan inflamado, no importa la pasividad de quien permanece sentado en la locura del sillón la taza de café y las ideas tumultuosas, se revela como la experiencia violatoria de un íncubo, luego de enterarse de la propuesta hecha a Maribela respecto al triángulo amoroso que sostienen: si tú quieres tener a dos hombres está bien si es lo que tú quieres; con ligereza de céfiro, dijo ella que dijo. Acaso es el desapego del amor de William Iturbide hacia su candorosa mujer, y no que con éste alojado también en su corazón comparte las gracias y delicias, la leche y la miel de su mujer, la cama y la mesa, el té para tres, la razón por la que vive en el infierno de los celos, porque cualquiera degusta el magnetismo de un amante tan libre que asiste al amor con pasión y compromiso, para salir dócil sin posesiones ni apegos. Pero mucho más lo corroe que éste sea más damita que ella y que a ésta reviente ser menos dulce que él, menos niña que él, menos mimosa y adorable que él, menos llamativa, tierna y mágica que él, quien exigió a Maribela no lo abandonara porque podría estar embarazado de ella. Ni pensarlo, Domínguez jura por amor propio que la identificación entre Maribela y William Iturbide no hace geometría con él. Esta envidia y estos celos delirantes son porque aquéllos rebosan de vida, están en todo les incumbe, ven de colores, ríen gozan corren cantan se emocionan, viven apasionados, tienen motivos, lo que Domínguez no halla, como si hubiese desaparecido el sentido de todo, porque mientras él cae ellos se elevan, engranaje metafísico de la vida. Y el gato Bólek ahí de holgazán en el suelo pausando sus movimientos de cola según la anchura de su existencia indiferente, ante un Domínguez atormentado por la nada, espacio para respuestas y no silencio. Maribela sale por fin de la recámara, ataviada para el boato que la espera en algún restaurante. Se va, se va con el otro, con Will Iturb, su archi enemigo, rival en el amor, algún día, hoy lo matará. Suena un claxon, alarma de amor en el corazón de Maribela apresurada toma las llaves de la casa no la esperen va a llegar tarde, revisa su peinado ante el espejo frunce labios beso, en el reflejo, en segundo plano él espiando en la ventana, piensa que un día presentará a los rivales, qué locura qué momento para ella, disputada por dos amantes. Planta un besito en labios de Domínguez ajeno al pie de la ventana. Abajo, nene Iturbide trae el automóvil descapotado que Domínguez adora, clásico, todo estilo. Cómo la pasión es también vulgar asunto político y de clase. Envidia y rencor ocultos en la ventana, Domínguez espía, sabor sulfuroso metálico de la venganza, se muerde el labio y sangra. Niega su destino nunca lo imaginó así, de niño quería ser científico. Ella sale y deja el eco de la puerta. Domínguez tiene una carabina entre sus manos, apunta con la precisión del odio. Pum, silencio. Un hombre se hace cadáver desvaneciendo su cabeza sobre el volante para siempre con su nobleza de aristócrata muerto, ya no importa a Domínguez sea o no aristócrata, está muerto. Pum, silencio. En una noche que se hace poesía que se hace crimen una mujer tomada por sorpresa el asesinato de su amante pone en crisis. Y se vuelve con odio hacia una ventana del edificio enfrente, donde un sujeto es cinismo y gozo. Maribela llora destrozada, animalito conmovedor. Recuerda Domínguez una de tantas dulzuras que enternecieron su alma, por eso se casó con esta mujer. ¿Qué es esto? Entra en pánico. Mejor no dispara. La ama. Deja que se larguen como siempre, deja vivir al amor, no hay remedio no entiende el amor. Pero en este momento en que se es o no se es… ¿Habrá café en la cocina? Bólek dice miaao.

Domínguez prefiere la escena perfecta a ser feliz, no quiso más, tomó su gabardina, salió caminata a la ciudad lo que sea, un whisky, la prostitución, el trapicheo, él trapisonda, el parque la plaza el suicidio en el puente, daban igual. ¿Por qué agobiarse por lo remoto e incluso absurdo de dirigirse a lo del padre Bobbio? ¿Por hábito tortura la ansiedad, tortuga la tristeza, barca de la Alianza? Ojalá encontrara a esos dos en la avenida para justificar cuchillo su rabia. Cran tuctuc, la puerta del departamento anuncia el ánimo con que Domínguez sale al mundo, se ajusta el abrigo baja escaleras con un corridito señorial quizá mejor las zapatillas de deporte así saca el coraje. Viene a dar ante una niña con la cabeza dilatada por el gigantismo, maquillada como adulto, lapidaria abrazando su muñeca casi un trapeador: Los tiburones viven en Cancún y las ballenas se fueron de vacaciones a Acapulco, no van a regresar. Tampoco el mar volvió; fue la respuesta de su amedrentada psique. Siente mareo ante el adagio. La niña comienza un balancín. Él observa que recuerda con claridad. Supo desde la primera vez quién era ese tal William Iturbide por la confianza con que tomó a Maribela para saludarla el día de la convocatoria, la fajó por la cintura con el sentido de propiedad que se tienen quienes se corresponden. Domínguez vivió la escena, ya sabemos, desde su celotipia como floritura lenta de petardo al culo, atragantado de rencor, el beso intencionado de algo más que amabilidad, la discreción forzada, denuedo de una Maribela toda emociones. Para Domínguez, ultraje. Ella posee el arte laberíntico de hacerlo dudar de sus propias certezas; juró inocente, no más que un saludo amistoso, por lo menos ella ni en cuenta (petición de principio de este culebrón). Si no me hubieras dicho ni en cuenta de sus intenciones, pero ahora por tu culpa voy a estar atenta a cómo me trata, por tu culpa si me enamoro de otro, le caigo bien y me da bombones es normal cuando alguien te agrada quieres darle algo; pero yo no fijo mi atención en él, ay es un niño, se comporta como un niño y está enfermo le pregunté qué tenía se soltó a decirme uuuy la retahíla todos sus achaques el pobre parecía letanía, que si la cabeza que si los pulmones que si el páncreas los riñones, el doctor le prohibió fumar y tomar qué bueno le dije eso está bien para que ya te calmes (Domínguez sabía que lo incorregible la estremecía de ternura), le dije búscate otro pasatiempo, pon tu cabeza tus pensamientos en cosas nuevas, enamórate de alguna chica, y qué crees, me miró y dijo ya sé, se puso bien contento, dice que se va a enamorar de mí, dijo, ¿tú crees?, y yo que me quedo así, las ocurrencias de éste, ¿tú crees?, está bien loco, de verdad está muy mal del corazón, tiene riesgo de paro cardíaco, me preocupa, me recuerda a mí, también yo estoy enferma del corazón, sé lo que se siente, es que, amor, no sabes lo que se siente saber que te puedes morir en cualquier momento, es horrible y yo lo entiendo, le pregunté qué presión tiene, nada más, en eso no hay nada de romance ni nada de atracción, no inventes cosas, qué de malo hay en sugerir a alguien que se nutra bien, haga deporte, lleve una vida sana, le dije que yo nado en la Olímpica los fines de semana y puedo presentarle al entrenador es buenísimo el tipo estudió en Rusia, le va a hacer mucho bien, te dije que si querías acompañarme pero no te gusta hacer deporte; nosotros queremos crear una nueva corriente artística bajo el concepto del amor sutil, ese tipo de amor que se da entre hombre y mujer pero en el que ni siquiera hay romance ¿me explico?, una amistad amorosa, algo medio tántrico platónico y lunático, fundado en las miradas apasionadas pero distantes, en el deseo contenido, en la virtud, disciplinar la pasión, consumada en el simple roce de la piel durante una despedida; te digo que está enfermo del corazón y tiene muchos problemas, de pequeño su madre lo vestía y lo trataba como a una niña, el pobre lo resiente todavía, ¿tú crees?, quería que le prestara mi maquillaje y que abre mi bolsa el atrevido y saca una toalla frente a todos, ay no, la vergüenza, ellos las carcajadas, yo la vergüenza; he sabido esperar y guardarme durante años hasta hallar el amor para siempre, la vida me lo tiene reservado, voy a luchar por él, si estoy contigo es porque lo he decidido así, porque te quiero, tontito, contigo soy mágica; lo del general Conejo ya pasó, también lo del Rubistein ese muy hombre de negocios, que me conquistó con su amabilidad y ese helado de limón que sin permiso me llevó hasta la piscina del hotel Hacienda Carreta, yo dejé bien claro desde el principio, a Giovanni me le entregué toda no te extrañe que se aparezca cualquier día rogándome que vuelva. Domínguez siniestrado por la visión dio un jugoso billete a la niña como para paliar en ella la fogosidad del destino. Afuera la noche estaba muy fresca. En realidad Domínguez nunca ejecutó su reacción de largarse a la calle, continuaba inserto entre los pliegues de la cortina maquinando mentalidades, desde donde presenció el adiós de su mujer con otro.

Así que de regreso al sofá mullido y desvencijado, constancia de un existir sentado, mental y distraído, cree que si en algún momento hubiese portado pistola, matado a alguien, vida torcida… De regreso al sofá tullido y avejentado, testigo de que Domínguez pretende cebar sus cuitas arrellanándose en compañía de Bólek; pero el animal básicamente es nervioso y está empeñado en desligarse. Las caricias repeinan su cabecilla felina y al tiempo comienza a fiarse seducido por tanto placer. Bólek mira indiferente a Domínguez mientras se deja acicalar, abre y cierra ojillos parsimoniosos sin perder ápice de suspicacia ni placer. Bien. Pues muy bien. Sí, muy bien. Bien. Parecen decirse con deferencia. Domínguez quiere atemperar esta orgía de pasiones hasta que su mujer esté de regreso. Por ahora tiene su taza de té. En el silencio de la soledad no piensa, lo único que puede apagar su fuego es sentir la humedad de su mujerla con las piernas abiertas, haciéndola gemir arrancarle la vida/alguien toca la puerta. Bólek huye a resguardarse como si estuviesen ante la inminencia del crimen; mientras Domínguez, la visión de escapar sobre un avestruz a toda velocidad. Luego se adueña, porta un gavilán tatuado abarcándole el pectoral con la pretensión de desplegar su envergadura en cada sístole. Otro llamado de tres tiempos totalmente imperativos, advertencia impaciente, una autoridad, del tipo que sea, llamaba esa noche a la puerta. Domínguez vergonzosamente derrotado, entregado ni siquiera al oponente sino al cierne de un posible desafío insorteable, comprendía, se trata del sentimiento fatal, demonio de la perversidad que empuja hacia la muerte; los naturalistas dirán entropía, amoralidad en el hombre; atrabilis, carácter de melancolía. Lo que sí, coraje. Mas tuvo a bien acogerse en Billy the Burroughs and Edgar the Poe, tan señorones sentados en el otro lado de la condición humana. La soberbia con que nos desdeñaría el Heredero; la suspicacia con que nos esquivaría el Huérfano. Pero él, Domínguez Domínguez Huerta Cisneros, tan ambiguo en lo limítrofe de sí. Tímido, mírame, sedujo sierpe voz en su conciencia. Se odió. No mucho. Por tercera ocasión alguien hacía resonar la puerta con carácter coercitivo. Domínguez admitiría que a todas luces fueron campanadas. ¡La parroquia del padre Bobbio a esta hora inconcebible! No querrá confirmar sea la media noche, no mira el reloj, no está loco para abrir esa puerta, no es un psicópata. Ya la abrió. Es una mujer, nunca antes vista, por nadie. ¿Usted conoce la Palabra? Disculpará la hora, pero siempre es importante dedicarle por lo menos un tiempecito, ¿verdad?, a escuchar la Palabra, ¿usted va a misa los domingos? Yo voy a misa los miércoles. Toda la vida perder el tiempo pero éste instante es la ansiedad de que esta señora le desperdicie el don de la inspiración, precisamente pudiera ocuparse de la filosofía, de la objetiva crítica, del ensayo de la razón, odiar obsesionado a Maribela. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que llegó la predicadora? Impresión de que han sucedido tantas horas y continúan a pie de puerta. ¿De qué hablan? Del lote baldío que es tu mente. No. Del infierno, que no está fuera, sino en el alma quema. ¿Mostraría Domínguez a esta mujer el caos orquestado que es la suya? Desorden de vidas pasadas, dijo una vez la gitana. También alguna vez aceptó entregar su vida al Redentor; pero después de todo, una farsa. Y aun cuando nadie recuerda ni importa el hecho, Domínguez continúa sufriendo la sensación punitiva de que cada persona en la ciudad, cada mañana al despertar, no deja de sentir vergüenza ajena por el hombre que no pudo sostener su palabra, y cuando se encuentra con cada uno de ellos en lo público y cotidiano, cuando imposible es evitar lo vulgar, acongojado, siente el filo de un trato deferente, percibe el insolente y discreto palpitar de esos corazones despreciarlo. Pero en otro estadio de su pensamiento, certeza deslumbrante de su majestad león entre rebaños y no caber, acaso como colofón conceder esta neurosis como expresión de su ogrocentrismo. Lo que tenía específico de su historia es que de los pretextos pasó a la franca invención, y que su vida es una prolongada relación de por qués sin respuesta y de consecuencias irreversibles. Locura, demonio de la perversidad o espíritu de la fealdad. Billy confesó en su epístola: “Creo que tengo miedo, y no precisamente de descubrir una intención consciente… ¿Por qué en vez de tener más cuidado, no renuncié a la idea?” Lord Allan, a la oscura simpatía, acudirá para añadir que “teóricamente nada es más irracional que esta clase de procedimiento, en la certeza del error o la equivocación existe con frecuencia una fuerza irresistible.” Por su parte, lo menos que conseguía, hacerse de sospechas, zanjar distancia de la gente, o el rechazo expedito. En el colmo decantaba sus angustias precipitándose al río con un salto desde el puente Figueras, y de inmediato a ponerse contra corriente para volver a casa arrepentido, balbuciendo los entreveros que ofrecería como explicación, que ya nadie admite o finge hacerlo. Y al evolucionar a la superficie la mujer continuaba catequizándolo. ¿Verdad? Porque en la palabra de Dios está todo, entonces abrió El Libro y Domínguez sintió irreversible que le iban a leer un fragmento. Dice en Juan 13, “estaban comiendo la cena y el diablo ya había depositado en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle –a esto me refiero-, cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: Tú, señor, ¿me vas a lavar los pies a mí? Jesús le contestó: Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Pedro replicó: Jamás me lavarás los pies. Y Jesús: Si no te lavo no podrás tener parte conmigo. Entonces Pedro dijo lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Domínguez sintió una punzada de desprecio por ese Pedro advenedizo, la comedia humana; aunque en última instancia admitió que posiblemente se identifica. También quedó incierto entre el repudio a ese oportunismo y la visión deliciosa, más concreta, de las piernas brillantes de nylon, muy decorosas, a punto de rasgarse la textura en las rodillas, el aire sexual que no puede ocultar esta señora y su recato, la punta rota del pulgar de sus pies, tanto caminar, llevar mensajes de esperanza, tanto bailar chachachá, quizá le gustara lamentar. Pero lo que adviene, lo siniestro, titubea la luz del foco, repica histérico el teléfono, afuera sucede que uuuuuuuiiiiiiiiiiiiiisssssssssssshshshshsh, la caldera ambulante de asados invade la noche e indica lo terrible. Perversión de Domínguez este colapsarse y no proceder con el teléfono ni asomarse a comprobar la leyenda o existencia del vendedor en la calle. La realidad es que tiene compasión obtusa de sí; más bien tufo a corrupción. Dijo el insatisfecho irlandés que el sentimental pretende rendirse a la vida pero sin compromiso. Eligió descolgar el aparato. ¿Bueno? ¿Sí, bueno? ¿Bueno? Diga, lo escucho, dígame qué se le ofrece, son las dos de la mañana, diga qué se le ofrece. ¿Bueno? ¿Quién habla? Y luego se lanza nervioso: ¿Bueno, Kenzaburo Oé…, mamá? Eres tú mamá, ¿verdad?, no pretendas engañarme. ¿Eh? Habla más alto, no te escucho. Pedir hablar más alto porque no se escucha, efectivo que solicitarlo es porque no se escucha; lo preocupa la cantidad de dichos inútiles o incorrectos, pérdida de tiempo; y ahora ante esta mujer religiosa esperando continuar su catequesis y confundiendo con autoridad moral la atención con que es honrada; permítame tantito, atenazó Domínguez un santiamén entre sus índice y pulgar, se volvió hacia el teléfono como si con ello consiguiera privacidad, paisaje inofensivo su grueso perfil desinflado, se tapa la oreja para atenuar el escándalo que en realidad no está afuera, se siente escudriñado, evidencia de la relación con su madre, la presencia demandante del que viene en nombre del Señor o las invenciones de una psique febril una noche de verano. La voz galvanizada de la bocina justificaba cómo nunca se deja de ser madre, acuérdate cómo te marea el tufillo de asepsia de las clínicas, las salas de urgencia, travieso, se te revuelve el estómago, niño enfermizo, bueno, cosa de nada pero bien seguido te me desmayabas en los honores a la bandera con el sol fuertísimo ya se esperaba de ti, el desplome de Domínguez Domínguez en medio de los honores a la bandera, tus compañeros listos a pescarte y reírse, claro, las risas y un poco de burla entre los chicos es normal, luego tenías que esperar bajo la sombra del guayabo a que terminase la ceremonia, yo me sentía más segura pero no tengo la culpa; la excitación que te provocaba el Juramento a la Bandera, yo te obligué porque cuando hacías en tu baciniquitiqui recitabas muy bien y hasta cantabas, en casa un niño muy alegre, no para que llorases de vergüenza pues no tenías motivo, cualquier otro era más desenvuelto, ¿cómo sabría yo que entrarías en pánico?, cómo fui a enterarme que te decían lagrimitas de cocodrilo, que ese grandullón te pegó en la barriguita y se peyó en tu carita, abusador; no tienes que sentirte menos sólo porque ta-ta-tartamudeaste en tus primeros años, eso cualquier niño; acuérdate de las comparaciones destructivas, cada angelito sus alitas; yo dije éste es mi muchachito, así lo quiero y le voy a dar su sánwich de crema de cacahuate, ¿te acuerdas?, ahora, si lo que quieres es que tu madre se vaya lejos de ti muy sola lejos y sin saber de ti, mal criado, ¿cómo iba yo a saber que ellos con saña dirían que tu emparedado era de caca?, y tú, llorando, tan sentimental que eras, mi pobre muchachito, soy su madre y doy la vida por usted, desgarrado gritándoles que no, que no era de caca, que era de crema de cacahuate, y ellos retorciéndose de risa, que por lo mismo; y el otro, el de jaiba, todos dijeron que era de pescado, que apestaba, te fueras hasta allá a comerlo; de los Castro no se burlaban, ellos únicamente frijoles, había puñete; el reporte de la especialista, incapacidad para relacionarte, respuesta psicomotora lenta, déficit de atención, no participa en clase, distraído, baja intensidad volitiva, tendencia a la contemplación y al monólogo, depresión, catatonia, monomanía, el botón que fue a parar no sé cómo hasta el fondo de tu nariz, sangrados constantes, insolación, ejercicios para coordinación todas las tardes, hacerte comprender el sentido común, se rindió la doctora, omitimos la idea de un problema, vida normal en lo posible y medida. Domínguez incorporándose aclaró su mente y basta de caos. Colgó. Andando sobre la avenida Cervantes, Maribela lo acusó de que por sujetos como él la literatura nacional estaba hecha mierda. Y Mars: Si nunca cumples tu palabra. Louis: Pero me lo cuidas. Aimee: Todos estamos esperando algo de ti. Rubicielo: Quiérete más. La respetada anciana Bustindúi: A todos se les notan los frutos menos a éste. La C. de las L.: Su talento no califica. La empresa: Le llamamos toda la tarde, ya cubrimos la vacante, gracias. Escaldado y azuzado, estúpida, se defendió mentalmente, se había quedado sólo con la ofensa de Maribela y lo agridulce del honor de joder la literatura nacional; lo miserable de reconocer la verdad de una carrera literaria infructuosa, romanticismo insostenible a su edad, por asalto la conciencia del tiempo perdido, la farsa, vida mal empleada, mal parida, se hubiera dedicado a otra cosa, vender helado de pistache en un camión oxidado, miedo de tomar la decisión incorrecta, que conlleva a equivocarse, otra vez el demonio de la perversidad, desde muy temprano compañero de viaje. Notó que la mujer en la estancia insistía respecto a algo pendiente, una deuda con la parábola. Domínguez la tomó del brazo y la puso en la calle, estaba colmado. Oiga pero. Nada. Portazo.

Maribela estuvo de regreso en unas horas más, desayunaron juntos, rompió el silencio comprometido lamentando tener una uña enterrada y llevó el pie hasta la cara de Domínguez para constatarlo, doliéndose y complacida de su farsa, no le interesó importunar y obligarlo a decidirse entre un dedo pulgar y un bísquet con margarina, todo con tal de no dar espacio al reclamo por irse anoche con otro. Se vistió con una camiseta de él y consiguió enternecerlo. Ya Bólek subió con un saltito amortiguado a las piernas de su ama, privilegiado, olisquea la mesa, no proviene de ahí la interesante fragancia sino de la intimidad de ella. Domínguez se siente piedra. Maribela se quita al gato; estará pegajosa todavía, salió a eso toda la noche. Enardecido entonces la provoca, declara que él también se largó a la calle a entregarse al libertinaje, pero a lo aberrante, fue a los gansos, que ella repudia tanto. Dicen que es negocio de la mafia china yo no sé. Se sujeta el animal por las alas, se penetra, un somelier eleva el sable, vibra el gong y decapitada la bestia, convulsión trepidante, ha habido ocasiones, dicen, en que el cliente realiza un vuelo ligero llevado por un ganso sin cabeza. Asqueada pero siempre sobrepuesta a las provocaciones, lo deja en vilo, no le importa lo que haya hecho, si se trata de competir, ella lo pasó mejor. Bastó la insinuación para incendiar a Domínguez, que taladra con mirada colérica: Desnúdate, impera. ¿Aunque huela a otro? Domínguez se precipita sobre ella, descuadra el mantel derrama el café hace el escándalo, la prende de las greñas la pone sobre la mesa y le desnuda el culo. Ella aferrada a la manta de franela y a la mano en su cabeza. Inyectado, hecho un bruto toma tres dedos de margarina, se empavesa e invade a fondo. Ella se crispa, pretende que ¡nuu, nuu, que nooo, por ahí naaaa! Un óculo, un sol, un botón, una flor, resistencia que cede a la transgresión. Domínguez destensa por piedad, halagadora obediencia que obtiene de su Maribela quieta sumisa y poseída por el rigor, docilidad que, según el palpitar de ese portal, va admitiéndolo como su verdadero señor. Maribela aprieta los ojos: (Hay algo en todo esto, que me mata.)

MIEL AMARGA

D
esde temprano Domínguez estuvo en la calle para comprar toallas a su mujercita. Que si tiene la norma, piensa felizmente, ayer no habrá fornicado. Pero ciertas sábanas del Florida Rosa yacían maculadas. Había discordia en semejantes observaciones vestido todo de alba hasta el calzado. Comenzaba a usar los pantalones a la altura del ombligo, a ponerse panzoncito. Esta mañana siente el rostro abotagado, el cuerpo entumecido, un existir apelmazado. En la calle más de uno lo adivina hombre sin civismo, moralmente indiferente de la realidad y del prójimo, que cuando le alcanza la energía, políticamente empeños de anarquismo, pero involuntariamente extravagante e inevitablemente sentimental. Tienen razón. Este día algo en el andar de Domínguez está resultando sin orquesta, su cuerpo, claustrofóbico, se balancea más de lo normal. La incomodidad es también por la disnea y reconocer que su carácter se ha modificado, notarlo sólo hasta ahora. Esta incumbencia de lo cotidiano respecto a la inflamación de sus pulmones, de sus intestinos y de su alma, creyó que era una postura grotescamente paranoica de su parte, impresión de que todos notan cómo un seseo despedido alcanza a ser audible, cómo alguien en la calle siente aligerar su itis. Este destacar tan blanco entre la gente justo ahora que no favorece, y obtener a fin de cuentas lo opuesto a la conveniencia; si la vida en verdad es río de sabiduría y no un mero caos. Andar todo de blanco por la calle le endurece la caña, las manos en los bolsillos, erección en decúbito resguardan, bombeo y estirar. Con frecuencia consigue imponer el magnetismo de su singularidad, al abordar el bus, por ejemplo, más de una persona queda prendida, y si no acota tales curiosidades expresando algún rechazo, ascienden a extrañeza y hasta revelaciones siniestras, mientras a otros provoca risa, aunque la mayoría reacciona con desconfianza. Él sabe por qué le hacen esas preguntas; lo que sienten es admiración, compasión y a la vez turbación. Domínguez lo atribuye a la fuerte resonancia de su diálogo interior, que lo hace parecer loco. Pero en mañanas como ésta, inflamado de mal dormir y en que tiene que explicarse la razón trascendental de cada uno de sus actos para proceder, le resulta intolerable. Acaso únicamente se trata de percibir el mundo fuera de foco. ¿Sería secuela del abuso?     

Aquella mañana Domínguez asomó a la taberna por la curiosidad de ver quién está embriagándose cuando él no. Mateo, preñado de alcohol y acompañado por una mujer. Decidió entrar a saludarlos. Ella detectó que el paquete de Domínguez eran toallas de las farmacias económicas y lo anunció pero Mateo estaba casi perdido. Tras declinar la invitación porque iba de paso, Domínguez aceptó beber solamente un vasito de ron. Surgió Maribela en su mente pero de inmediato la diluyó en este principio del regocijo, que es, dice, excelsitud. Después de todo, últimamente el comportamiento de su mujer no ha sido ejemplar; unos minutos presa de su condición. Mateo ensalzó a Domínguez ante Rosaurio con un gesto inusitadamente profundo y sentimental, luego una sonrisa extraviada y el comentario se esfumó, perdía equilibrio entre tornasoles de cansancio, ebriedad y vigilia, otro gesto, dedo índice llevado casi al suelo, desde críos, y no pudo más, fue apagándose hasta quedar dormido. Impresionado por lo que pareció un envenenamiento, miró a Rosaurio acicalarse la cabellera y beber satisfecha. ¿Es usted doctor? Soy escritor. Algo así imaginé, algo medio artista, pero yo creí que de la televisión; y soltó una carcajada. Inculta además ebria; no obstante su comentario repercutió en el orgullo de Domínguez, trabajar tanto en la formación para ser confundido un día con un petimetre de la pantalla chica (sin embargo lamentó no haber traído los lentes dinámicos conseguidos en la ganga). Yo también escribo, se pronunció la mujer, pretendía no quedarse atrás, dejó de tramarse el cabello para dibujar un arcoíris sobre su cabeza y recitar “amímegusta-todoloques-artís-tico”, ornar con una insinuación de caravana. El arte es bonito, fue la deferencia de Domínguez, condescendiente y superior, el privadísimo desprecio salió como dardo. En su conciencia vindicó un trato respetuoso para esta mujer. Comenzó a beber resueltamente ahora que las categorías estaban declaradas. Y, bueno, con Mateo dormido, su amigo desde chicos, un susurro tentador alentaba a Domínguez a la audacia. La damita insistía en conjugar su cabello con movimientos que Domínguez tuvo por amazónicos, más el aire belfo de esos labios, ojos montaraces e inyectados por el vino, parecía inalcanzable, como silvestre, resentida de los hombres, se pensaría que ultrajada por quien más amó, ¡zaz, culera!, el viejo Lupe, el proxeneta: revistucha semanal. Mateo había comenzado a roncar y su cabeza vencida parecía una boya a flote. Rosaurio estableció que entre ellos sólo existía compañerismo. ¿Te digo algo?, miró su reloj y continuó hablando desde antes de erguir el rostro, no sé, pero me gustas, dulcificó, así medio intelectual, medio rechazado, a veces has de ser un mamón. Domínguez ostentó una inquietud conservadora al verse obligado a tomar el rol de tutor. Ay, papi, no te enojes, es que se ve que eres de carácter, que la mujer se deje llevar por ti, te gusta que confíe en su hombre, ¿cómo te llamas?, que confíe en Domínguez, que significa el que cada domingo lo hace más rico. Jajajá. Algunos me dicen la cubana, así que no te fijes. Has de ser un rey. Además eres elegante, zapatos blancos y todo, gigoló. De repente algo la enfadó, empujó la mesa y perdió la mirada en lo indefinido, fingió no escuchar a Domínguez cuando éste la reaccionaba, luego como volviendo desde las profundidades del ensueño se negó a hablar de lo que ocurría en su corazón. Éste se inclinó hacia ella creyendo comprender lo que deseaba la mujer; olía a perfume barato, a polvos de arroz y sudor de ayer, tenía arrugas entre las tetas, se dejó invadir; se negaba a decirlo aunque lo tenía entre labios. ¿Te amo?, Domínguez creyó que le declararon. No bobo, que si te la mamo. El instante perdió magia. Rosaurio mejor se puso a la obra, bajó la cremallera, hizo crujir la trusa no importa para sacar el tema, atacó con labios bien abiertos, subió desde la base hasta la cima, aplicaba ventosas como sacando dulce a una caña, desprendía soplándose los labios como si estuvieran enchilados, imprimía dramatismo y un aire de seducción felina, sacudía a toda velocidad y soltaba como hiciera con un cubilete; luego ternura daba un pétalo de beso, ahí jugó al cíclope, lo hizo su amiguito y lo apretujó contra su pecho, luegio pantomima de cantar al micrófono, se picó un ojo, se palmeó las mejillas la boca la frente, toques para una mascarilla, le hizo un vestidito con su cabello, lo giró hasta ponerlo de cabeza, lo jaló, le hizo molinillo, mímica de arrancar el glande y comer mantecado, lo exprimió como a residuo embolsado, se lo metió hasta la garganta provocándose asco, salivó, le dio un ataque de tos. Domínguez no soporta más, sube el grito ahogado, la vida suspende su aliento. Rosaurio celebra como por una victoria. Domínguez en una cantina con los pantalones en el suelo, a las ocho de la mañana con el encargo de toallas femeninas, se repone lentamente. Las carcajadas de Rosaurio son el norte de la realidad. ¡Tus hijos, llévate a tus hijos! A Domínguez pareció muy cruel el comentario de esta mujer, querría efectivamente tomarlos y salir huyendo. Notó que le ardía el miembro, que la rozadura era severa y necesitaba pomada; tan de repente esto. No obstante parecía enterarse sólo hasta ahora, con el destiempo que es descubrir lo sabido por el resto. Comenzó a notar que no eran pocos los clientes a esa hora y cómo los traspasaban con sus juicios. ¡Fariseos!, la explosión de Rosaurio impuso discreción. Luego declaró como si la hubiesen ofendido; conciliadora a la vez, que era una mujer definida y que esto que acababa de ocurrir lo hizo convencida de su deseo, sólo pedía que no la confundiesen con una cualquiera. Anunció marcharse como si diera un pésame, como si de ser instrumento sexual no quedara más que largarse. Confesó su deseo sincero de ser más que amigo de Domínguez; pero él ya tenía compromiso, más bien recriminó, las toallas fueron el motivo y evidencia. ¿La amas? Domínguez se mostró erizo, afirmó amarla aunque todo es relativo, masculló. Rosaurio exigió caballerosidad como final de esta historia, por lo menos la acompañase en la faena de coger el taxi. Domínguez la complace sin escatimar gentileza, descubrió que se le había disparado cierta euforia. ¿Cuántos? Dos. Dame el brazo, demandó ella. Domi lo tendió exagerando sin intención un aspaviento resultado principesco, se le vio comprometido con esa última voluntad, que para él era extinguir el germen de este amorío acre, entonces cada quien su camino y el resto literatura. Lo principal, su apremio por el encargo. El asombro. Fue como arrancar un espécimen de entre silla y mesa, como desentrañar un enjambre absurdo de protuberancias, las piernas de Rosaurio, triste secuela de poliomielitis; qué balanceo tan desproporcionado para equilibrarse. Y la compasión surgida en Domínguez, qué síntoma tan siniestro, por esa incumbencia de la teratología. Domínguez se empató piadoso con la desgracia de la mujer pero a la vez repudiaba ese andar destartalado. Consideró inminente la vergüenza de salir a la calle y ser visto como consorte de la que nadie quiere por clueca, como si estar involucrado con esta mujer denunciara de él igualmente torceduras, pero de su vida y su carácter. Lo mortifica la evidencia descarada de su egoísmo melindroso. Rosaurio avanzaba prendida de Domínguez y complacida ya de atraer las miradas, ejerciendo su derecho pero ante éste confirmándose desvalida. Domínguez nervioso de cruzar el umbral hacia la calle, como arrepentido del matrimonio frente al ara, pudo atisbar la basta ocupación de lo fútil en su vida. Entonces se precipitó determinado a compensar radicalmente con la honrosa consecución de los deseos de esta mujer. Salieron dignamente. Él como desfilando junto a un herido de guerra; mientras a ella importaba destacarse catrina y cortejada. Años más tarde comprendió cómo aquella mañana la mujer le transfirió el peso de su estigma, cómo él cargó la cruz de Rosaurio, cumplió todas sus peticiones con afán de liberarse. Ella exhibió el acto como si de verdad un gran amor los uniera; éste le ayudó a empacarse las alambicadas piernas en el coche, recibió caricias, evidente falsa ternura, entre ambos sostuvieron la escena, el peso crítico del público que les tocó, un grupo de albañiles con el derecho de los marginados a ranciar el decoro. Mientras él se mantuvo estoico para desahogar la crisis recibió una tarjeta y prometió llamar algún día, sí, algún día. Cerró la puerta del auto. Hasta nunca. No se atrevió a confrontar al corro de obreros escarmentándolo. Estar alcoholizado lo ayudó a sobrellevar esta exhibición patética del vicio, los goces de Domínguez, tenidos evidentemente por deformes. Abordó el carro siguiente y ya en camino, Domínguez fue incorporándose como luego de superar una prueba, aligeró su corazón de ese lastre moral, entonces ya otro, en otro espacio, se percató de haber olvidado las toallas sobre la mesa y de haber comprado el tamaño jumbo, que más bien parecen pañales, precisamente ahora que ganar distancia le descansa el alma, tener que volver. Sólo hasta ahora tuvo por emergente que habían sucedido casi dos horas de la mañana, y él avanzando inconvenientemente en reversa.

Puesto en marcha el progreso de verdad, Domínguez lucubra la historia que justificará su tardanza ante Maribela, su aliento alcohólico tan temprano, por qué siempre comete alguna desavenencia, el descarado desdén por los asuntos ajenos. Con esto Maribela deslegitimaría el derecho de reclamo que le guardaba Domínguez por largarse ayer con otro. Ante el escrutinio del chofer, Domínguez se limita a responder que imparte clases de eufemística en la facultad, más bien le pareció un asalto, seguramente obedecía al interés repulsivo que le había despertado. ¿Maestro?, repitió ansioso. Luego anunció decididamente que también daría clases y esperó ser descalificado por Domínguez, que notó cómo el mono tenía prisa por un motivo para conflagrar. Pero este viento fresco avivando el sabor del ron en su paladar, este sentir que la impresión de la realidad se aligera, este ser paseado en coche a la ro ro. ¿Qué metodología piensa utilizar para impartir su cátedra? Domínguez se dio cuenta que su vida coexiste con un perfil de gente pasmada entre la intransigencia y la franca vocación de obstáculo, con la que suele toparse por énfasis de su destino. Al recepcionista dijo dame una habitación; pero como si le hubiese faltado a la dignidad: Dame dinero, fue el reclamó. Es justamente el principio comercial, respingó. Dijo Maribela que se puso rojo. El disgusto un poco exagerado, reconoció Domínguez ante Reyes Ramos, ya en un ambiente de intelectualidad común, el Italia, quien arguyó como habitual la misantropía de Domínguez y la obvia ¿obvia? proyección. Lo exudas, observó. O la vanguardia de Zaragoza en los años del internado: ¿Por qué me dices Gandhi? Lo juro, mi querido Reyes, Domínguez permeado por una intolerancia notoriamente ensayada, de buen corazón admiré que esa mañana, tan limpio como nunca antes, el moquiento sujeto lucía como un verdadero dandy, primera vez que lo miraba tan pulcro. Este no entenderse entre la gente y sin embargo fingir que nos comunicamos, me repugna, Reyes, me repugna que la gente diga sí cuando ni siquiera comprende qué se le quiso decir. Bueno, yo dije esa especié de sí en mis primeros días de garzón y no me arrepiento, Manny se asume atractivo por la ligera separación entre sus dientes frontales, a un imponente hombre de quien no entendí nada su francés pero le llevé el mejor tinto y todo avante, hay que saber comprender más allá, exclamó afectado, tener eso que llaman cultura, había estado un par de veces en Europa luego de embarcarse y era la tónica de su aire internacional. Incluso entre la gente fraternal de Domínguez había a quienes admitía con deshonestidad por el hecho de hacer el tipo de comentarios que más bien tiene por usos del escrúpulo y la deferencia, preferible opinar del clima para iniciar una conversación. Con frecuencia se daba a la manía secreta de exigir un detalle original en todo decir, si no, un sonsonete terminaba poniéndolo somsoliento, un esplín splat a su interés. Reconoció los resabios de un calambre emocional, todavía alterado por su encuentro con Rosaurio. Acá el chofer se puso instintivo e incorporándose en su asiento apuntaló su mirada en el visor. De una comadreja, la impresión de Domínguez de la expresión rapiña; siniestros antagonistas los que se suceden en su historia. Después de tantos años aún no comprende cómo aquella anciana tan débil e indigente lo obligó a servirle un plato de frijoles por fuerza del autoritarismo. Nada justifica que fuera pequeño. Un día apareció la mujer en la ventana con su humanidad demacrada y dijo niño dame algo de comer. Es que no hay nada. ¿Cómo que no hay nada? Por lo menos frijoles. ¡¿Ni siquiera frijoles?! Se molestó seriamente. Pues cualquier cosa, ¡rápido! Dominguecitos sentía los pies de masa. Afuera la anciana parecía cocerse bajo el sol y el calor corrosivos del medio día tropical, tenía la piel de los brazos escamada y el humor de capataz. El pequeño Domínguez regresó equilibrando un tazón colmado, entre pasos cortos y derrames de potaje, para subir al sillón y pasarlo entre las persianas y ocasionar más derrame. La mujer creciendo en ira a la par de su ansiedad de llevarse ya esa comida a la boca, pero ya, en los últimos segundos pareció demudada por la decepción como un pinchazo. ¡Están fríos!, ¿qué, tú comes frío? El niño estaba hecho un fardo, incapaz de dar crédito sentía muy vaga la certeza de poseer un cuerpo, de ser por lo menos tangible, obedecía simplemente escuchaba y presenciaba el atropello de su dignidad de niño, opresión de no poder resistirse porque la mujer poseía injustos derechos sobre él. Pero es verdad que la mitad oculta ardía de indignación. La anciana exasperada largó a Domínguez por una cuchara. La obtuvo y atacó el plato. Oye, chilló cuando la sensación de que algo faltaba, unas tortillas por lo menos, ¿qué aquí comen sin tortilla? Parecía ofendida, como si la hubiesen timado con cinismo imperdonable. Dominguecitos había observado que se calientan más rápido directamente sobre la flama. Mamá decía que a esa edad no debe tratarse con fuego. Tanta la angustia del niño por calentarlas lo preciso, sus deditos quemó. Cómo fueron eternos los minutos que se tomó para realizar la operación, afuera lo iban a regañar, mamá las envuelve siempre con un mantel, ¿por qué antes no pensó que necesitaría uno?, comenzarían ya su regreso a la tibiez, ni siquiera había limpiado antes la mesa, a veces creía mejor dejar todo a medias, ni modo, las dejó sobre la superficie no tan limpia, corrió a las gavetas de la alacena, cómo el tiempo parecía arrastrarse y aquella señora esperando enfurecida bajo el sol, y él no encuentra la maldita servilleta, ¿qué dijo?, no, no, perdóname, diosito, cómo rechinan los cajones, ya la encontró, se dará cuenta de que huele un poquito a cucaracha, ya siente el alivio de salir en carrera, todavía se sienten calientes, a ver qué pasa. Sencillamente la anciana no conseguía satisfacción, ya ni siquiera le valía aporrear al niño, tomó la servilleta y no supo qué hacer con ambas manos ocupadas, ¿y ora?, asomó adentro de la casa para dar a entender que ahí había una mesa disponible. Domínguez embargado de timidez sugirió dejar las tortillas sobre la horizontal de la persiana, lógica de primera instancia, y para alguien con experiencia; la mujer estuvo de acuerdo sin salvedades. ¡Un chilito, por lo menos, caray!, comenzaba a menguar su molestia pero no dejó de señalar la horrible desatención. El pequeño Domínguez había quedado fascinado de que habían dicho caray y que le habían hablado de usted, como una vez también la miss Robin. Lo demás fue fácil, sabía que los chiles se guardan en la puerta del refrigerador. Trajo tres largos verdes. Los oyó crujir en boca de la anciana. Esperó paciente dando cuenta de lo que esta mujer había logrado sacarle. Al final un vaso de agua. ¿No hay de sabor? No. Tuvo angustia de que descubrieran que mentía, había de limón pero la guardaba para mamá. Admitió le recriminaran que no estaba fría y hacer dos viajes más por tan pequeño el vaso. La mujer fisgoneó varias veces hacia dentro de la casa. ¿Y tu mamá? No está. ¿A dónde fue? Al trabajo. ¿A qué hora llega? Al rato. Dile que si no tiene ropa que lavar. La mujer desapareció por la calle como un espectro. Había sido otro de esos días, como tantos otros, en que no se percata cómo ocurren las situaciones hasta que las consecuencias son inevitables. Tiró la televisión aferrado a cambiarle canal a toda velocidad la perilla, ¡carro de carreras!, gritó y se puso como loco a darle vueltas, hasta que caprum tronó la caja al caer y crach colapsó la pantalla, el objeto traumatizado en el suelo, dislocado y agonizante, dura impresión de lo irreversible, la culpa profunda de ser a corta edad causante de desajustes y variaciones del buen orden, de la paciencia y serenidad de la vida, y generar cada vez más gasto conforme crece. Pero su derrota a manos de la anciana, ¿en realidad pudo ser así? Luego una sonrisa refrescada por este aire entrando al taxi, más espontánea, mejor, dejar desaparecer las realidades y ver surgir nuevas, todo en la comodidad de la mente, dejadas en el camino. Algo en el pasajero inconforma persistentemente al conductor, no se sabe bien pero el rechazo aumenta. Mar adentro, Domínguez en el internado juvenil, en el edificio de habitaciones, sometido con otros a un juicio ilegítimo en la habitación compartida con el grandullón. Habíase descubierto un calzón cagado bajo una de las literas y el abusador exigía la confesión del autor de tal marranada en sus dominios. La tensión era brutal, sostenida apenas por un silencio frágil. Sácalo de ahí, ordenó a uno de los presuntos, que sustrajo la prenda muy cuidadosamente jalándola con lo que juzgó la punta de la punta de su zapato. Entonces la verdad impuesta por la evidencia, era demasiado grande para pertenecer a cualquiera de los acusados, era del bravucón. A todos costó asimilar la revelación. El grandote los largó del cuarto arreándolos con zipizapes y empujones; pero Domínguez absorto no se movió, incrédulo de cómo la mancha se extendía casi hasta la región de la talega, dedujo su alcance inverso. Reconoció un vicio imperdonable. Malograda la necesidad este sucio gordinflón había permanecido así, qué vergüenza, ya se lo podía imaginar soportando plácidamente, apretando hasta volverse imposible y ceder, luego pasearse por la habitación hojeando sus revistas Loco. Absolutamente roce alguno en su andar bípedo no hay sino lubricidad total, así hasta verse obligado a resolver la situación de algún modo, bajo la cama la evidencia, seguramente antes del llamado a las actividades al aire libre. La intriga de Domínguez por el delito y su evidencia fue premiada con un durísimo puntapié cuando todos ya estaban afuera. Pero ¿acaso no era indiscutible la proximidad siempre riesgosa con el Grandullón? ¿Cómo es que una vez más le ocurría perder la noción de la realidad, aun frente a la bestia? Se cree que en algún momento Domínguez comprendió que habría límites sin retorno en esa actitud, pero igual que siempre, como rastro de una pincelada, mientras busca explicaciones por otro lado, en la tesis cualquier niño se caga en los calzones. Mas no en tercer grado “B”. Recuerda cómo la masa blandengue de su detrito le bajó por la pierna del pantalón, cómo la bola quedó huérfana en el rellano a la hora de la salida, cómo en su carrera los demás niños saltaron esquivando la pieza, y se corrió la voz tan rápido, ¡maestra, hay una caca en las escaleras!, él aterrado huyendo como un Yeti a esconderse; la maestra y una tribu de niños fueron a cazarlo, antes la miss no lo dejó salir-le ganó, se le vio cruzar el extenso patio de la escuela con el traserito empastelado y un andar de jinete, fue llevado a limpiarse en la regadera de la conserjería, regresó a casa con un ajeno short de deportes y la camisa de gala de los lunes, todavía algunas moscas le rondaron en el bus escolar, aislado en su redonda, los grandes, cagón, lo escarmentaron; uno solitario lo bautizó como “Il cagachón atómica”. Hoy viajando en el taxi resuena en su cabeza el título y ríe como un manantial un instante ausente de todo orgullo, su alma vuela una eternidad y regresa. Cuánto buen humor le parecía ahora aquel chico inquisitivo. Ahora pocas cosas hacen gracia a Domínguez mala circulación. Notó que hace tiempo Santanel no visita la casa, el muchacho siempre confundido, con pretextos inverosímiles para quedarse arrellanado toda la tarde en la estancia. Una vez resistió hasta media noche las indirectas de Maribela respecto a irse a su casa, se quedó a dormir en el sillón. Rivaliza con Bólek por pequeñas comodidades. El frenazo del coche le dio inercia empujándolo del asiento, expulsado de su memoria y de su ensueño. Afuera la ciudad palpitaba de actividad pero el semáforo apenas cambiaba a rojo. ¿Novelestop?, el chofer anticipó una justificación reclamo. No era necesario frenar así, quisieron sacarlo de sus cavilaciones, Domi lo sabía, no fue un incidente y no era necesario… amarrarse. Odiaba carecer del vocablo preciso al punto y recurrir al estilo ordinario de la gente que usa groserías como lenguaje común. En ese momento comprendió que las arañas en el techo de su estudio le dictan “Alvarado de Amezcua”, la novela que está escribiendo, las verdaderas autoras, por eso tan quietas todo el tiempo traman. Pero él estaba enfadadísimo con el hábito nacional, a estas alturas toda una institución, de referir el compromiso de manera esquiva, el uso desde siempre en la historia de su raza; dado que odia la política se obligó a retroceder sobre sus palabras para coger el fragmento “quisieron sacarlo de sus cavilaciones”, y precisar con justeza que este hombre mal intencionado pretendía quitarle el placer de la práctica de la ausencia. Inclusive estudió la posibilidad de un reclamo. Pero aquello de ser víctima de las pasiones no debe existir porque se trata de un aguijón que envenena al rastrero mismo. En esta ocasión representaría, al menos por contraste, la debida norma; como hace el padre Bobbio. Pasaron junto a la capilla y se le vio instruyendo a un zagal de expresión noble; pero Domínguez Domínguez Huerta Cisneros, su madre lo sabe, siempre a favor de la historia prohibida del día de campo fatal, la lucha interior del pontífice, tanta dulzura le inspiraba ese monaguillo derramado de inocencia, la fogata había encendido y el religioso se negaba a erguirse, pues ya lo estaba su deseo. Cada domingo el misal era dejado como descuido al pie de la habitación que Domínguez arrendaba a Lady Chelo en Casona Tabachín (tenía abandonada una garita de recepción donde se cagaban, no se sabía, si los perros o los hombres callejeros). Y eso que te llamas Domínguez, la casera reconvenía recordándole el desperdicio de deshonrar la agradable coincidencia de llamarse como el día dedicado al Señor, justamente cada una de esas tardes a la seis, con el llamado de las campanas al fondo, la homilía a punto de iniciar, el otoño con su luz rojiza traspasando el ventanal revelaba la parsimonia efervescente del polvo, el tedio de un pretexto moral macerado en la abulia, quietud comprometida de su habitación. Siempre se sintió acechado por la mujer persiguiéndolo a todo lugar con su oído indiscreto, un auténtico radar. Llegó a gritarle desde su aposento que el frasco que había cogido no era el del café, sino a lado izquierdo, uno de cristal ámbar, precisamente el que había tomado ahora. Una tarde en que Domínguez detuvo sus pasos en el corredor la mujer espetó irritada: Ha visto ese retrato de mi juventud incontables ocasiones, ¿cuál es su propósito? Luego de llegar del trabajo, adormecido en su habitación, ya no recuerda si soñó o desde el salón Lady Chelo le solicitaba por favor no dejar más tiempo sin depositar la envoltura de esos caramelos en el cesto, válgame, si lo tenía al pie de la cama. Trasciende que el día que riñó con Lady Chelo, el siguiente a su llegada, fue el principio de su ardua y largamente reflexionada decisión de mudarse. Ella se había hecho de autoridad para reprimirlo por los pensamientos poco virtuosos que tenía todo el tiempo, según adivinaba, pero en general porque no saludaba por las mañanas, y cuando lo hacía, en lugar de decir buen día lo hacía provocativamente en plural. El día trágico la liliputiense depuso el diario sobre el mármol de la mesa, gravemente contenida especificó que no, yo-no-estoy-loca; pero usted, suspiró antes de la ráfaga, ¡todo el tiempo piensa en las hermanas Coulotte!, acusó con su largo dedo artrítico y su ceño de águila, convencida de la fuerza telúrica de semejante gravedad. Por supuesto, parece no haber lógica; pero Domínguez admite con asombro que instantes previos su recuerdo paladeaba la lubricidad siempre flotante en la atmósfera de la casa de su amiguito, ándale, vamos a jugar Video dos mil, nervios, adrenalina ligera ver qué pasaba cada vez; la casa de las hermanas Coulotte, de voceada ascendencia franchesca, según dicen; el barrio sabe que en el verano solían abanicarse en medio de la sala sin contratiempo tendían moliciosas piernas abiertas sobre los brazos de sillones, expandían sus faldas, aunque a veces usaban cortos y eran días especiales, pasaban el cartero y los vecinos, los abarroteros, el zapatero, la palomilla preguntando por el pequeño Jean quería hacerlo su amiguito, suficientes donjuanes para todas. Un día en que el pequeño Domínguez las tomó por sorpresa en la cocina comparándose las tetas desnudas, ellas dijeron entre carcajadas que a este niño le dieron crecilac, pues por un instante una creyó que se trataba de la presencia su marido. La presuntuosa Malena incitaba a que las demás admitieran: Estoy bien buena del mollete, por eso mis hijos salieron divos. Cualquiera te lo gratina, apenas el aspaviento indiferente de Ruth la veterana. En imágenes para siempre eran televisados los Juegos Olímpicos, las mujeres Coulotte comentaban los atributos de los atletas, que cómo le hacían para estar tan fornidos y cómo sería la cosa con uno de esos tractores en casa. Figareda, la menor, emocionada por la contorsión de pija de un japonés sólido pero de baja estatura a punto de brincar a las argollas, la tiene así, dijo y sacó la lengua por una comisura de su boca y completó con ojos bizcos cabeza ladeada y manos torcidas una expresión a todas luces incomprensible. Estas mujeres, reducto liberal de la tradición.            

Al final dieron vuelta hacia el frío callejón Antares donde al departamento de Domínguez no calienta el sol. En el fondo, se decía, importaba un moño, era como le tocaba vivir, lo comprendía desde siempre, mientras hurgándose los bolsillos por dinero tuvo la sensación de llegar siempre en el último instante, cuando ya todo terminó, sólo para reconocer una némesis absurda. Resultó que el taxista no tenía suficiente para devolver el sobrante del billete y que nada podía hacer, ni siquiera tenía la pretensión de mostrarse preocupado por el contratiempo, por lo menos ¿salirse del coche para qué? Tiene razón, cedió Domínguez; pero esta insatisfacción gratuita del chofer respecto a su existencia estaba saliendo de control y afectando intereses comunes. Mire, señor, ¿cómo se llama usted? Din Don Dan. Reconoció únicamente los acentos de una carambola prosódica y un repelente aire de autosuficiencia, en realidad habían dicho don Danilo. Resonó la altanería: Pero no se preocupe por las respuestas, las preguntas van a cambiar. Relámpago/revelación/conciencia. Luego la impresión de que ni Danilo supo qué quiso decir. Ingravidez donde nada es lo que parece. Formalmente, vértigo. Noción de un diálogo con la inteligencia del entorno, con una sincronía danzarina de realidades; este mono, mera instrumentación. Domínguez prefirió resolver con un silbido, poco menos que armar alharaca gritando, aunque no concilia del todo. Esperó. Así se ve desde abajo, pensó al ver a Maribela asomada a la ventana, cómo de sus cabellos húmedos colgando detectó una gota viajar hasta él. Ella bajó en batín a pagar el servicio y además enfadada de Domínguez. El caradura del volante renació al verla, salió y fue a lo que hizo parecer un encuentro, sugerencia de que cualquiera siente derecho a ella. Maribela reconoció y se hizo dueña de la circunstancia, entonces henchida y llena de aire edulcorado suavizó donosa y pavoneó el halago, dejó descubrir accidentalmente la pierna. Hace creer a Domínguez que nunca da cuenta de detalles como este alentar la carne; y los manoseos en pasajes solitarios por abusadores con nombre y apellido, las groseras proposiciones de la runfla de tramoyistas del Orfeo, ella lo interpreta como una reacción obvia pero desinteresada de los chicos por su atractivo. Farsa, se advirtió la histeria ya reconocida de Maribela, hace del mundo no más que un proscenio, consideraba más grave el retraso de las toallas que su infidelidad. Se dejó besar la mano extendida con el billete entre los dedos mientras Danilo se lo despojaba embelesado por esas tetas generosas. Domínguez notó que además de ser muy alto don Danilo tenía algo de perro enfermo en el aplomo de su desgarbo, por eso, ¡óigame, don Chapatón!, pretendió ironizar la pachorra de estar fijado en los senos de su mujer. El sujeto se volvió como si hubieran dado martillo con lo único que despierta su dignidad. Y usted, un ratón de laboratorio que ya le gustó probar sustancias. Indefectible la conflagración. Y usted un hombre que carece del hábito de la limpieza. Pues usted un viciosillo de las tabernas. Domínguez entendió que Maribela ya hacía conjeturas de por qué dice esto el señor y cómo agravar la ofensa, ponerse irreconciliable hasta hacer de Domínguez por su falta un lacayo (el último recurso de éste será convencerla de “caverna” y no “taberna”). Y usted, un ordinario chafirete de las rutas de la miseria. Por lo menos me gano la vida, no que usted… si ya todo mundo lo sabe. Gánese el respeto. Ése debe ganarse. Lo mismo dije; entonces se amoscó y pretendió ser contundente: Mire, don Danilo, usted es tan desgraciado que si montara una bicicleta, en ese momento se le cae el sillín y del picón creerá que no merece la pena vivir sin hombría. ¡Y usted, y usted, mírese tan culón para ser hombre, ese sillín no le alcanzaría! Dolió a Domínguez porque era una verdad que martirizaba su modelo viril, pero sobre todo, su sentido estético. Pues usted, una piedra en el camino; evidentemente minada la vanguardia. Yo seré miserable pero no tengo la vida tan disimuladamente intoxicada, usted es el único que no se da cuenta de nada, ¡viejo cagón! Domínguez quedó fondeado en un hervidero (el mustio comprendía). Entonces le picó tenaza los ojos con un fu, suerte rápida de mantis, para coger de  inmediato las toallas en medio de la precipitación, como de aventura de la tele (¡sus lentes de moda olvidó!, arriba guardados en la gaveta, junto al tubo de vaselina recuerda entre papeles acumulados facturas viejas recetas afiche oración a San Judas plumas promoción invitación padrinos de la pequeña Mina cortauñas clip hilo dental tarjeta de plomero manita rota del niño Dios estuche de joya un trozo de coral negro termómetro lupa bibelot de ángel agujas escalímetro una cuija se escabulle supositorios la manija desprendida del cajón, la instantánea era tan suya como si la presenciara; el modelo ultra de esos lentes lo hacían lucir tan bien, que a veces creía que la gente se lo reprochaba, como si les fuese injusto que explotara su buena percha) la adrenalina se había disparado y actuó rápido. Su mujer también se arrebató por lo que le pareció un gag, volcada, lanzó un alarido y propinó una bofetada a Danilo, un rodillazo en los testículos y abusivo tirón de greñas, en medio de carcajadas histéricas. Entraron de prisa cerraron subieron corriendo trastabillando en las escaleras arrojándose en competencia, desparpajada dupla de gandules. Con Maribela tendría mejor relación como mafiosos que amantes. Tuctuc cran, abrieron la puerta del departamento y entraron furtivos pero con el corazón a galope. Bólek se les apareció enfrente con la cola erguida exhibiéndoles el ano como saludo. No le prestaron asunto y se deslizó al percibir la alta tensión que irradiaban, no era su estilo. Maribela se precipitó a la ventana; la misma desde la que Domínguez la vio partir con otro. Escucharon no un anatema sino la declaración de Danilo: ¡Te amo, primavera, vives en mi corazón!, entonces se le quebró la voz y subió el gimoteo de un llanto. Ella le lanzó besos como si zarpara a bordo de un festín de transatlántico a la aventura de la vida. Domínguez sintió el aire musical de la bella época y fue también a la ventana. Maribela con el tirante caído del hombro y sus cabellos húmedos, una mano muy sentida sobre su pecho y la otra un vuelo de gaviota alegoría del adiós. Domínguez la tuvo tan cerca que no dejó de sentir que se la llevaba don Danilo. Sea nada más poética de un instante, cosas del corazón las que ella regala, no las tasa porque es su manera de ser, según dice; abrevadero que Domínguez anhela no importa el descaro, egoístamente en absoluto para sí, llevaba su celo siempre unos pasos más hasta percatarse sólo cuando la había devorado o lastimado. Se volvió normal traspasar los límites, error premeditado de su sacrificio hedonista; dos perros en la calle atorados de dilatado fornicar, apretándose más al tirar cada uno hacia su rumbo. A lo lejos Danilo saca la mano del coche y grita hasta siempre muñeca, suena insistente el claxon. Una anciana hasta el colmo irritada con la faena chilló que por amor de Dios se callen se larguen y se mueran; pero respondieron ladridos de perro y hasta después el silencio.

Entonces sí la realidad. De frente a Maribela en el mismo espacio estrecho de la ventana. Es en esta proximidad que no obstante los años de unión, la desnudez de los cuerpos y las almas que terminan siéndose espejo, donde Domínguez siente desconocer a su abejorro querido, de improviso ajeno como nunca, ni siquiera como la primera vez, en la conferencia de admiradores de Marceau, que vino decidida a sentarse junto a él, como siguiendo un caminito. Éste no entendió por qué sin conocerla ya sentía que la amaba, le reclamó haber tardado tanto. Ella sonrojada, que estaba comiendo filete de beluga en la bistro. Esa misma noche en la oscuridad de la habitación Maribela le rogó ser preñada pues veía en el fondo de sus pupilas un delfín homenajeándola con piruetas, que le pedía venir al mundo. ¿Eres tú, eres tú?, se dijeron al declararse secretamente en busca del amor de sus vidas. Creyeron por fin encontrarlo. Vidas revisitadas, ahora se queja de hastío; pero si no es verdad esta liquidez de la vida reciclada de la que habla con tanta familiaridad, recrea el sortilegio. Luego por las misivas a Willy que le descubrió, supo que a todos sus enamorados llama “mi centauro”, que los hace y luego despoja; a Domínguez también nombró “mi guerrero” porque aquella primera noche lo halló como una escultura indígena iluminada, dijo, por luz de luna que baja a ofrendarte su manto de plata, el misterio, la mar nocturna, entonces supe, eras el hombre que tanto había esperado, ¿no te das cuenta?, todos estos años de soñarte, cada noche figurarme tus ojos en la negritud de mi recámara de mi imaginación de mi poesía, por ti he resistido a las promesas y seducciones de todos los hombres del mundo, porque sabía que estabas en algún lugar esperándome, ese anuncio que pusiste en los clasificados decía “y afuera, el cielo gris me niega el saberte mía”, lanzaste tu saudade y nos cubriste de manera tan conmovedora me atrapaste, toda una victoria (por esos días Domínguez sólo recuerda su estado permanentemente alcohólico), lo leí una tarde de verano y ardí, dije este hombre necesita conocerme, me hallé poseída, me despojé las bragas y estuviste en mí desde mucho antes, te perseguí, te soñé, fui un dragón de colores cada noche de ventana en ventana buscando al hombre de la poesía triste, rogué a los dioses cuidaran de ti hasta encontrarte, no dejes de tocarme, arrímate, no te preocupes, soy tu ángel protector, así, más fuerte, así, no dejes de moverte, la primera vez, ¿recuerdas, loco semental?, serrucho y machaca toda la noche; Domínguez aterrorizado, un súcubo le hace el coito en los sótanos de su imaginería, es retenido por el miembro y dos gárgolas minúsculas con sus fauces prendidas de sus tetillas, desfallece envuelto en brumas de perversión, sensación y vértigo de desinflarse. Maribela le arrebata la bolsa de toallas y espeta categórica que todos sus novios han sido hombres perfectos, no-sé, el colmo de su enfado fueron sus dedos acentuando en el aire, por-qué-me-junté-contigo. El hartazgo de Maribela era pues batuta y regresaba a Domi al conflicto real por la zurra que le propinaba. Quedó mirando ese cuerpecillo lúbrico meterse al baño con su paquetón, renqueaba ligeramente, de niña un primo la empujó desde el techo de la casa y cayó de pie, no habla del asunto, desajuste casi imperceptible, para ella desdicha de ser imperfecta. No creerían cuando participa cada año en la ópera rock de verano y todos la felicitan. Como tantas ocasiones pero en ésta sin referirlo siquiera, Maribela obliga a Domínguez a enorgullecerse de tenerla y a valorar su buena suerte, de otra manera no puede ser más que un imbécil, se lo había hecho creer y ahora es límite de toda discusión o razonamiento.

NUESTRA UNIÓN

H
e aquí que sentimiento inesperado. Domínguez observó en silencio la casa dispuesta como siempre, con la luz ya en todo el espacio, los libros allí desde hace tanto tanto tiempo, la posición de los enseres según el último movimiento de su uso, cómo dichos usos son la célula de la historia y del tiempo, cómo al final uno puede pasar los setenta años de una vida contemplando el enredo insoluble de un berenjenal. Este sillón, que muy bien acompaña las venialidades de Domínguez, la grandeza de sus instantes plenos de tópicos y uránicas, dédalos tejidos con la maestría de la araña, el mueble debía tener semejanza con la bestia amansada por el héroe. Había que dar cuenta de cómo quedan retenidos los ecos de cada paso dado y de cada palabra enunciada, acumulación de las cosas a la suerte de lo cotidiano, se había sentado sobre una cuchara dejada ahí desde lo inmemorial, entendimiento de lo humano y de lo doméstico, tan familiar para sí, que al furor del vino y platicando con Reyes Ramos en el Italia confesó la delicia indiscreta que es la vida con Maribela, frutilla, sus pantis enrolladas en el suelo tras despojarse, ese desliz en puntas, la invitación exigente de ese culo tan parado, a asaltarla, poseerla y arrastrarse cóncavos hasta la cama, tirarse junto al ocioso Bólek, a quien despiertan el olfato y luego indiferente se lame. Confió casi todo, espacio al cabo del cual comprende, había trastornado a su amigo con tales imágenes, que delataron cómo desea a su mujer, normalmente tan dueño de sí el intelectual ahora enlodado en instintos, sólo ella lo transforma, únicamente ella doblega su integridad. Domínguez había pecado de bocón en su contra y sólo una clase de personas actúan así. Guardó silencio. Notó que su respiración hacía un sonido silbante y entonces su recuerdo atrajo el pneumotórax de la señora Kleefeld, el paisaje de la Montaña cubierta de nieve, al doctor Mann, a la compatriota Tous les Deux, la ridícula impresión de extravagancia que tiene el extranjero culto de la clase noble nacional, casi le da por tenerse con las manos atrás, herencia histérica el hábito de sentirse vigilado y proceder siempre bajo el disimulo, ansiedad de pretender quien no se es, atavismo legendario y vicio, historia de un alma nacional culeada y confundida. Pero ahora, tanta digresión en este volver al tiempo que exige acción, el apremiante medio día, le provoca comezón en la cabeza porque no se ha bañado. Tan farragoso este día tras día ordenar la vida por encima del resto. Tenía el discursito tan bien ensayado, manido y amanerado de insatisfacción, que Reyes Ramos en el único consejo serio que se tomó la molestia de ofrecerle, luego de escuchar lo que tituló Elegía solipsista de Domínguez Domínguez, un laberinto sin salida ni Minotauro, fue dejar las altas mareas, amigo mío, a quien pueda navegarlas, algunos elegidos como Geraldo Do Nervala o Chivis Élizon, y comenzar a creer en ideas positivas, dejar de pretender espiar lo capital, instó a admitir que ningún caos es inteligencia y que a Dios no se le coge por ningún rabo. Domínguez consideró vagamente la propuesta; aunque nervioso, entre sorbos intermitentes a su taza y mal de San Vito su pie bajo la mesa, disperso por la repercusión de palabras tan atinadas respecto a su vida, pensó llevarse la idea para trabajarla en casa pues aquí estaba intrigado, sospechas y celos. Este espacio tan sobrio que es el Italia ahora le parecía culterano para el examen de conciencia que hacían en su nombre. Argumentó casi a vuela pluma, destajo de ideas, que sin embargo ambos saben que el ser comienza con una vida interior intensa, lo cartesiano, hombre; aunque es cierto, admitió el pretexto, a veces se comienza por organizar la caja. No dejaba de inquietarle el comportamiento de Maribela sentada en medio del debate, sus calosfríos repentinos y fugaces, el disimulo enhiesto; extrañamente su conversador también mostraba afecciones inusuales. Domínguez comprendía con claridad a qué se refería su compañero; sólo pudo transigir con un rictus, le interesaba discutir el tema porque se trataba de su vida pero su atención era atraída por las agitaciones subrepticias de su mujer, porque definitivamente algo le ocurría, no obstante cuidaba no interrumpir la reflexión. El ilustrado Reyes Ramos es alguien con quien se puede hablar de la vida con entendimiento sobrado pero ocurrió que de improviso un rigor mortis de Domínguez puso fin a la amistad de tantos años y al respeto que aquél le merecía, principalmente porque al buscar bajo el mantel la pierna de su mujer encontró su mano sobándole el sexo desde hacía varios minutos de conversación. Luego de recogerla del ensayo le invitó un café en el Italia precisamente porque en domingo no asiste la feroz intelectualidad. Pero esa tarde había una gran fiesta y ahí encontraron a Reyes Ramos solitario y lloriqueando porque su novia no volvía del extranjero ni le daba razón, el hombre juraba imposible soportar más. Sin duda alguien se la está cogiendo, descifraron con matemática infalible antes del vodevil sentimental que fue acompañarle la cuita. Pero en este momento telúrico y de flagrancia, antes de cualquier otra reacción Maribela suplicó en crisis que ambos la dejen en paz, gritó se levantó se largó sola, víctima del acoso de un par de bestias juró ofendida no soportar a los hombres. Domínguez sencillamente no admite que lo igualen con todos. Antes la sorprendió en el pasillo del baño hablando demasiado cerca con Reyes Ramos acariciándole la carita, se dio cuenta que la dulzura de éste era tan falsa que ofendía; y ella, capaz de abandonar a mitad de la función por actuaciones estériles o argumentos inverosímiles, dice que ofenden su inteligencia, y esa vez no pudo notar lo falso; tardó tanto en el baño que en medio del desmán del ambiente de la noche de la fiesta Domínguez tuvo que ir a buscarla, no supo cuando Reyes Ramos se levantó siguiendo los pasos de su mujer hasta que lo descubrió de hinojos, sin importarle lo público, aferrando su rostro al sexo de Maribela y venciendo la resistencia con la intensidad de su lujuria. Entonces ella percatada de la presencia de Domínguez, con esa mirada incrédula de que le falle la astucia, porque en flagrancia, en su impotencia hipócrita de no poder quitarse ese rostro anguloso y adusto, casi despiadado que tiene Reyes Ramos, marido y mujer se miraron a los ojos, a lo lejos, y ella justificó dando a entender que no soportaba más indiferencia al respecto, ese hombre a sus pies era perturbado por un drama y ella estaba ahí fraternal de semejante condición equívoca de ser humano, y sólo eso, como haría una hermana, por favor que Domínguez no se inventara historias. Éste, aunque debió convencerse del placer de su mujer, creyó que en su tiempo recibiría todas las explicaciones pertinentes, fascinado como siempre lo dejan las escenas que logra su mujer, entrañas roídas por los celos, recordó que apenas esa mañana antes de irse al Orfeo ella lo provocó subiendo un pie a la cama para amarrarse la bota, entonces le chilló sin motivo acusándolo no creer que fuera capaz de dejar ir a un bomboncito como ella, se sobaba y empinarse fue toda sugestión, lléname, que el mundo sepa que soy tuya; Domínguez nunca sabe si juega pero siempre es llevado al límite, estaba tirado en la cama leyendo el epistolario de K. cuando elevó la vista sobre el libro, ella estaba en celo, demandante, así que la trajo a la cama, la colocó, levantó su faldón y una fragancia audaz se esparció como migración de mariposas, su mujer fue dócil como pocas veces, si le tocaba la pierna entendía que la quería más abierta, estuvo muy quieta pretendiendo no despeinarse porque tenía ensayo a la seis, abrió los pliegues de la flor para guiarlo, descansó su cabeza en la cama y logró empinarse más, darse más, observó a Domínguez como diciendo mira cómo me tienes mira qué me provocas me desconozco tan abierta tan entregada a un hombre, cuando se fue a fondo en ella supo que sintieron como las primeras veces porque manoteó buscando dónde aferrarse; el placer que tiene con Domínguez consiste en saberse desesperadamente atornillada, en los suspiros que le arranca la sola idea de él endiosado y ella sometida, el reclamo punzante de éste por más carne qué abrir en sus entrañas, las cosquillas que le hace con la garganta de su sexo; de evocar la sustancia con que sería llenada, confesó su voluptuosidad ansiosa de desbridarse, ser su puta, sólo suya, cuando la prendió de las greñas y abusó de la fuerza, me lastimas, gimió, chilló que adora ser tomada, papito, tuya en cuerpo y alma, cuando Domínguez se pone como bestia y la tiene con la cabeza chocando contra la cabecera de cama, con el cuerpo doblado de empujarla sin tregua, allanada por los embates. Maribela llamó a casa durante el receso del ensayo para escandalizar que manaba por todos lados, reconvino tantas veces sin considerar que ella lo rogó indecente, se ajustó la braga para llevarse todo en nombre del amor, alarmada porque iba con retraso. Ahora con Reyes Ramos estremecido por la fragancia de su mujer y aferrado a la fuente, ya sin Domínguez ni amistad que importe, esa debilidad, orgullo secreto de ella, desconcierto de Domínguez saber que esa loca inspiración en parte es motivada por efluvio de lo suyo.

Soportar más que el otro el tormento de las pasiones hasta que rendido alguno aborda el asunto, había cobrado un perfil de competencia mórbida. Ahora es tiempo del desayuno y desde que Domínguez salió de casa ha pretendido unos blanquillos con tripa, prepararía también un milshei y abusaría del chocolate, entonces sintió que la vida tenía esperanza. Evocó la autocompasión pero surgió la imagen de su madre, que sin ocultar la deferencia le preguntó cómo iba con su novela. Estólido, respondió. Sigue escribiendo con esa fuerza, aconsejó. Todavía debo compulsar ambas versiones, abundó en gratitud. Así tendrás más material. En términos absolutos, Huerta Cisneros comprendió que ninguna burla premeditada jamás podría hacerlo sentir tan desdichado como la candidez de su madre. Por momentos así Domínguez admite que la vida, por lo menos la suya, tiene atravesado un principio del absurdo, un primer paso mal hadado. Confirmó que el mundo, por lo más el suyo, malabara sobre falsos puentes colgantes y sin embargo funciona de algún modo, dando tumbos pero sin colapsarse, algo hay atrás, autoría de una inteligencia chambona. Agobiado por tanto, en este momento decide erguirse apolíneo, sobre una hoja de papel ordenará su vida y la asumirá de una vez por todas con un estratagema, tópicos en lista y arrojarse a la acción como cualquier mortal. Humilde y austero, disipará su mente de supersticiones, concentrará la energía en pensamiento y creación puros. Ahora que lo menciona, había comenzado a detectar pistas que van haciéndose más concretas en sus deja vu, y sugieren lo necesario para aventurar una hipótesis, he aquí la ambición del proyecto, que explique desde el último cinturón de inteligencia el motivo de su existir, entonces, como al tomar un atajo, resolver la vida en un jaque mate. Ahora que Domínguez está preparado para darse una vida mejor, se sienta en el sillón viejo donde siempre todo comienza, reconoce imprescindible arrostrar el hecho de que su vida se ha vaciado en espera de un golpe de fortuna gratuito y magno (porque así le gustaría su suerte), notar lo irreconciliable de construir una historia con ensueños de otras, vida parchada, difusa, esquirol de sus propias huelgas, licenciado Zancadilla, su propio abogado, su propio diablo. Y la única certeza es que saldrá disparado de su conciencia, allá va sin rendir examen: ¡Maribela, voy a preparar el desayuno, ¿quieres que haga para ti?! “Maribela voy a preparar el desayuno, quieres que haga para ti”. Siniestro y catatonia. Domínguez se vuelve para averiguar que Bólek lo arremedó. Es sabido que un gato iluminó a un monje budista en la china milenaria al dirigirle un saludo honorable. Pero lo que Domínguez resolvió fue llevar el felino a exorcizar por el padre Bobbio, y se previó complicado en la calle acarreando al animal como si llevase un trapo chorreante, con las garras crispadas, sus patas son tan grandes como las de un conejo y rasgan con esa fuerza silvestre, su madre de casquivana allá en el monte con los grandes roedores, por eso Bólek salió así; pero dado que el camino a la parroquia es largo, el gato desesperaría y terminaría por zafarse al sentir abiertamente los peligros de la calle, y al considerar imprescindible tener que conseguir una caja donde meterlo, la idea reveló su carácter oneroso, se anticipó lidiando con el gato aferrado a los bordes del cubo, escapando por la fuerza y haciendo trafagosa la iniciativa. Fue a examinarlo con avidez científica y trato ortodoxo, le abrió los ojos haciendo clamps con sus dedos, halló unas pupilas longitudinales según se distendían, a toda luz parecía una bestia normal. Maribela advirtió repugnada que si cocinaría otra vez lo mismo, como cada somatizado día de su vida, ¡olvídalo -casi llora-, te gustaría verme derrotada, hecha una marrana! Además de esto, últimamente cada conversación con Domínguez terminaba enfadándola, cada movimiento, la espesura tanática de su existencia, ese iniciar cualquier comentario diciéndole oye, la tenía exasperada. Para mí solamente un plato de cereal, dejó en claro. “Para mí solamente un plato de cereal.” Maribela se mostró asqueada. Ni Willi no se atrevería a semejante bofismo. Más despreciable sostener el absurdo de culpar al gato. Fue a encerrarse luego de anunciar que esperaría a que la llevaran a desayunar a algún sitio. Domínguez abrió la puerta y no necesitó convencer al gato de largarse a la calle, luego que Maribela al escuchar advirtió que no dejara salir a su Bólek. Claro que no, cariño, dijo al deshacerse del animal. Domínguez no tuvo tiempo de asegurarse a dónde iba con semejante orquesta. Recordó alarmadísimo la cita de trabajo que había concertado para hoy, sin tiempo que perder debía simplificar todo a un acicale fugaz y salir arreglándose los detalles y los documentos ya en camino, alinear la corbata y en la entrevista fingir un loco entusiasmo por la vida, saludar resueltamente, sonrisa generosa, postura erguida, optimismo de cracked actor; dibujar un hombre un árbol y una casa, escribirles una historia atrás, ¿de la hoja o del objeto?, del tiempo. En realidad se trata de excogitar una labor que lo haga sentir vivo. Ante la decisión más importante para su vida evitará ser pervertido por cualquier discurso falso u otras voces morales, como quien eligió ser guardián entre el centeno. La conciencia de estar en un momento culminante lo estremece. Catador internacional de aguas de arroz, un decir sinecura; es que no sabía exactamente, debía existir un trabajo mínimo pero bien remunerado por indispensable, quería ser farolero. Lo que tú quieres, estar lejos de la sociedad, acusó Cira de la Fonda un día desesperada le dijo ay tú mira si yo fuera tu madre de patitas en la calle a vender sandía por lo menos en la playa, es que tú quieres el puesto gerencial sin mover un dedo, fíjate, ennoblecía la voz, tu mujer todos los días al Orfeo a ensayar, cuando menos vive de su arte, no que tú, nunca he visto un libro tuyo, nada más te veo borracho, oye, que yo sepa eso no es ser artista, tú lo que eres un golfo, no entenderás hasta que la vida te dé unas cachetadas y agárrate porque ay mamacita cómo duelen; mire, Domínguez, usted todavía está en forma para hacer una vida, déjese de cosas, lo que no fue ya no fue, dedíquese a su mujer, cuídela, qué es eso de que otros se la llevan. Sí, doña Cira, ¿no querrá usted llevársela también? Carcajadas. ¿Le dijiste eso a Cira de la fonda? El joven Santanel reinició la contracción de su risa convulsionada y nasal. Mire, tap tap tap, Cira tronó dedos: di-na-mis-mo, dinamismo, si no la vida se va, ahora usted se ríe, pero uno nunca sabe lo que tiene, yo se lo digo, esa palomita se le echa a volar por insatisfecha. Alguna vez el hartazgo de Maribela exigió a Domínguez dar cuenta de cómo sus mujeres terminaron por abandonarlo, la menos simplemente darse cuenta de las cosas. Entonces Domínguez se enteró de que había vuelto a ocurrir y de que era incapaz de precisar desde hace cuánto cambió la situación. Como usualmente, recuerda algo de los últimos instantes, estaba a un paso de decidirse a preparar el desayuno, componer su vida mediante un enlistado e irse a buscar trabajo la entrevista ¡chin! miró su reloj, estaba dando la primera impresión de ausencia; asunto perdido. ¿Desde hace cuánto tiempo pues había llegado Santanel a casa y cuánto más llevaba reportándole la opinión de Cira de la Fonda, y por qué y para qué? Sintió coraje, ganas de cagar, el impulso de abofetear a Santanel y sobre todo, el privadísimo odio contra sí. ¿Se la vas a meter?, el muchacho intervino a rajatabla exigiendo el detalle como cortesía mínima. Domínguez se apiadó de él como de sí porque antes nunca lo halló tan repugnante; espejaba fielmente su miseria. Maribela lo condenó desde siempre pero no comprendía que el chico no tenía más fondo que tocar y por eso estaba a salvo de todo, hasta de ella. Siento tener que decirlo de esta manera, honey, pero ese joven es una cucaracha, sólo tienes que dejarlo rondar. Hará un nido, sweet heart, se multiplicará y plagará bajo el parqué. Lo que infestó fue la ética de Domínguez, que desde la primera vez y contra su primer impulso, repudiarlo, admitió al impertinente por considerar que le memoraba su propia juventud. Por eso cuando se conocieron Domínguez presumió meter una bala a la televisión por tratarlos de oligofrénicos; y cuando aquél consiguió la pistola, el tiro que se le escapó no rompió la pantalla, pasó junto a Santanel y fue a fulminar la tapa dura de los Karamazov. Así el joven se inventó que tenía ganado el afecto de Domínguez y éste no hizo por desmentirlo, hasta que el tiempo lo revistió de verdad, lo confirma su presencia esta tarde, la familiaridad que se tienen, porque, por ejemplo, ¿cómo es que habían llegado hasta al punto en que Santanel, con su habitual proceder oscurantista y enmadejado, exigía excitado y con sus ojos locos a Domínguez, acuérdate, tú me lo contaste hace años, que tu amigo dijo hoy quiero hacer algo rayante en la vergada de su puta madre, ¡loquísimo!; pero que preguntaste qué significaba tal cosa viniendo de él y algo se jodió, ¿te acuerdas?, que bebió el resabio de la cerveza, se levantó del sillón para ponerse en forma, te miró con la pesadez de haber estado embarrado toda la tarde frente a la tele, dijo ¿vamos por unas nenas?; pero que eso no era loquísimo para nadie, ¿ya?, acuérdate de la voz entubada al ponerse la playera, tomó la llave del auto pero salieron hacia el patio trasero de la casa, siempre admiraste su habilidad para forjar turcos en la oscuridad; pero no tenían fuego, ¿ya te acordaste?, cuando en el silencio del no saber qué hacer, más bien del no querer responder a nada, entendiste por primera vez que mucho de esa acción era la encrucijada, el hábito de complicar todo, presenciar cómo se enredan las cosas, dijiste, ¿te acuerdas?, la indolencia de no regresar a casa por cerillos, prefirieron ir a casa del vecino, se movieron como gatos en la oscuridad hacia la calle, la piel se me erizó con la historia, acuérdate, que le preguntaste, el vecino ¿qué pedo?, es aviador, respondió, no entendiste nada; a las dos de la mañana intransigentes con que les abrieran la puerta, primero se encendió la luz, luego el traqueteó de la cerradura, apareció un sujeto con lentes oscuros quien fingió gusto por su presencia y los pasó a una sala polvorienta, ¿ya?, abrió las cortinas como para compartirles su sol, luego arreglaron que podían fumarla pero súper de volada porque estaba con su vieja, te presentaron no como el joven Domínguez Domínguez, sino como un simple camarada y sentiste poco aprecio, el tipo te dio un fuerte apretón de mano, su brazo, acuérdate, parecía un hato de venas y estaba justamente nervioso, mas no por su presencia, pediste el encendedor te acomodaste y atacaste; el anfitrión rechazó tu ofrecimiento, mañana tengo que chambear, excusó, más tarde te comentaron que no era motivo para no querer, ese tipo andaba colocado todo el tiempo con lo que fuera, evidentemente esperaba que se largaran pronto, notaron su paciencia amenazando con arrepentirse y tu amigo actuó de esa manera, dijiste un poco triste, yo te vi, llave de tanta complacencia con que solían empacharse; ése bato era aviador, te lo engalanó, y como si fueras incapaz de concebir tal dimensión te lo describió como un verdadero antihéroe, fue cuando sentiste que en el fondo no te respetaba porque no sabías, dijo, este güey no se anda con mamadas, dile, se dirigió a él, pero lo que hizo fue subir al primer piso por una Colt que puso entre tus manos, la pesadez del arma inspiraba, dijiste, saber que a ese artefacto lo acompaña un poder torvo, ordeñaste el cigarro y modelaste tu mano con la pistola, apuntaste al suelo, hacia la ventana, sí, el sujeto comenzó a querer impresionarte con que tenía un paro gordísimo directamente en la Federación, ¿verdad que sí?, sabía cómo estaba toda la transa del narco pues era piloto del Sistema Secreto de Inteligencia y capitaneaba aeroplanos, te contó cómo un agente que lo acompañaba en operación no le creyó hasta dónde podía osar, por lo que apagó el motor de la avioneta y la dejó en caída libre, el agente se cagó de miedo y desde entonces en la corporación se propagó el rumor de su temple; sin darte cuenta interrumpiste con lo bien que te caería una cheve, nada más hay agua tajó, no dejaba de mirar excitado cómo maniobrabas la fusca, entonces te la arrebató para encañonarte la cara… no mames, suplicaste, ya estuvo, se quitó los lentes y tenía los ojos inyectados, una presión intensísima, de mentón amenazador, palpitaba adrenalina, pero que nada decía y te sentías empalado, a tu compa sorprendió la escena al salir de la cocina, verga, dijo con el interés para una escena emocionante, ¿qué transa, Mike?, pero solamente fue ignorado, sentías la mirada de tu victimario traspasándote, ¿qué pasa, Miles?, insistió nervioso tu compañero, entonces le sacaron lo obediente al dirigir el arma contra él, lo hizo ocupar su lugar y devolvió el cañón contra tu pecho, que entre esa embocadura negra y tu vida había sólo un instante, dijiste, un grado de fuerza en su dedo para aniquilarte, un juicio precipitado en su mente para cagarle y dejar de existir, luego vino a poner su rodilla en ti y aplastarte sin dejar de apuntar, sentiste horriblemente ridículo ahora con el cañón sobre tu sien, que de pronto el tal Mike soltó una retahíla de tiros como si la pistola fuese metralla, cagado de risa; pero tu alma descansó, y celebraste el chiste como una ocurrencia ingeniosísima porque la pesadilla terminó, fumaste por ello, no soportaste el humo, lo expulsaste con la risa, luego más tosedera y risa, te guardaste de reprochar siquiera con la actitud, que no había pedo, fuiste palmeado en la espalda por tu verdugo, te quebraste, papá, te quebraste; luego los convocó al gran ventanal, abrió para asomar la cabeza hacia arriba y gritar: ¡Nena, no te espantes, van a jalar! ¡Ay, Enrique! Pam pam pam, que aventó unos tiros en respuesta hacia el jardín rompiendo la quietud del vecindario, afuera un perro se obsesionó ladrando y que un día le meterían plomo por zurrarse en el pedazo de banqueta del Mike, dijiste cómo advirtió en el momento en que te pasaba la pistola, debías disparar a la pantalla negra que se suponía era un jardín. Pam. No, pendejo, como hombre, te regañó el Mike. Y al decir “descárgala”, hizo un gesto de empoderamiento tan significativo, casi orgánico, que te conquistó dijiste ¿te acuerdas? Y ¡órale, putos! ¡Pam pam pam pam pam pam! Seis fogonazos que te dejaron temblando, caliente, destilando un furor endiosado. Ahora va este güey, te quitó la pistola y se la entregó. Al final del escándalo se percibió la voz de la mujer: ¡…rriiiiqueeeee! Que tu cuate confirmó con la cabeza esta buena onda que era jalar una fusca. ¡A huevo!, dijo. Bueno, pues ya estuvo, lléguenle a la verga de aquí, los invitó el Mike. Dijiste que se dieron por servidos y se despidieron agradecidamente. En la puerta les recordó que por cualquier contingencia, clave ocho, cerró dejándolos al pie de la noche. Al final tu pana encendió un cigarro ya en el auto, que se conseguiría una pistola para hacer a la mamada como el Mike. Terminarás matando algún inocente, opinaste. Que él era Dios, balandronó. ¿Qué pedo ese wey? ¿Dios? No, el vecino. Cerraron el tema. ¿Te acuerdas? Domínguez estaba paranoico porque sí recordaba. Por ello plantó lapidario su negativa y evadió exigiéndole bajar los pies del sofá. Fue terrible para Domínguez escuchar la historia perfectamente igual a como se la narró algún día, las mismas palabras, inflexiones y actitudes idénticas hicieron arrepentir al autor, de ver tan visceralmente su estilo le resultó abyecto. Casi pierde lo inglés. Además dicha historia del Mike, se jactó incómodo, naturalmente había sido un invento. La verdad es que sintió horror porque comprendía que su amigo no era más que un chaquetero. ¡Tanto que lo crispan los alaridos!, principalmente los de la conciencia. Santanel continuaba excitado y saltó de improviso al clímax de la historia del Mike poniéndola en escena: ¡¿Talking to me, ahh… talking to me?! ¡Fuckiing diiee! Sus frases preferidas para hacer el drama dirigiéndose totalmente histérico a un antagonista intangible, creciendo en pasión, asomado a la ventana lanzó alaridos ensayando temperamentos para la voz ¡fuckiing diiee! Supo que debió impedírselo porque casi de inmediato, que quién está gritando foquin dai, la vocecita con que Maribela reapareció, ahora soñolienta con el teléfono en mano y tallándose los ojitos, estaba durmiendo su siesta, hizo puchero de ya cállense y soltó un gemidito que reprochó no la dejan dormir y el vecino la regañó. Te sentiste culpable de su desdicha sin imaginar su arte de alentar la ternura en los hombres. Entonces afrontaste tu responsabilidad a regañadientes y llevaste la bocina en letargo y transcontinental viaje hasta tu oreja, consternado, recibiste la furia del vecino como frente a un temporal, tu silencio nos formó una laguna de expectativas. Tuvimos la impresión de que te quedarías ahí para siempre. Respondiste. No, señor, foquin dai. Pero no te comprendía. ¡Foquin dai! No no no no, sólo foquin dai. No, no me gustaría que fuera a gritar a mi casa. ¿Cómo dice? Introdujiste al vecino en el asunto con una síntesis: Se trata de la fuerza del drama. Te detuvo en el acto con otra zurra, supimos por tu represión. Insististe con que carecía de intención ofensiva; sino dramática. Luego creímos que te había despojado el alma por cómo asimilabas a tu interlocutor, estabas lívido y te pusiste repetito, ¿la cara, partírmela?, comenzaste a temblar, ¡no es delito decir foquin dai!, caíste en crisis, “yosólodijefoquindaiyosólodijefoquindai”, hasta que percibimos el repique de la comunicación cortada y te propusimos reaccionar, dejaste de aferrarte a la bocina, narraste lo que presenciamos, no creías cómo las cosas habían salido de orden sólo por el entusiasmo de hacer fraseología. Aquella noche “foquin dai” fue la frontera de tu entendimiento. Maribela te animó con que la cara de mármol que te dejarían resultaba perfecta tanto para el carácter de foquin dai como de toquin tumí, luego cargó su opereta y se largó a su nicho de columba. Estabas hecho un idiota y aproveché tu conmoción para sacarte la verdad: ¡habías conocido a William Iturbide y pretendiste distraerme del asunto! Francamente alteraste el orden. Comenzaste a buscar cómo escapar por las paredes. Quedó evidente por qué tu promiscuidad con la historia del Mike. Estabas ahí apelmazado como tantas veces con tu extravío normal y dije bien, así que hoy te sientes fenomenal. Trabaste el rictus de siempre, con que el pretendes conmoverme una vez más. La simpatía por el señorito Iturbide había cobrado emoción en el novato, en lo secreto. Domínguez fue hacia Santanel y le imprimió una porra en el ojo. Nadie sabe si se lo puso moro porque en conmoción y sin dejar de balbucear cubriéndose medio rostro, al estilo fantasma de la ópera, Santanel buscó la salida para huir por siempre. ¡Bucanero!, todavía fue condenado.

Domínguez fue a sentarse en el sillón para revivir los hechos y fabularlos con arreglos más dramáticos, más a la sazón para chuparles vida. Pero como ya es usual a esa y cualquier hora, sonó una bocina muy elegante. Domínguez alerta de inmediato, se preparará una tacita de té para la angustia y otra de café para los celos, previendo que la atmósfera del departamento empezará a contaminarse de soledad. ¿Dónde andará Bólek? Teté silbaría en cualquier momento. Domínguez espera dicho anuncio, se había convertido en el momento cumbre de sus días. Maribela apareció embellecida dejándolo sin palabras y en claro de que en momentos como este el amor es lo más importante, haciéndole notar su tedio en la concesión indiferente, sí, hombre, sí, cuando regrese me das mi culeadita y todo aquello que te gusta. Besito. Se fue otra vez. Domínguez la acusó de revoltosa pero a estas alturas Maribela se echa a reír, ay, de su maridito inocente, tan falto de algo en qué creer; lo que necesita, de mí, aunque por ahora mi deseo está con Willi, mi cabeza en terminar la temporada, vienen el fin de año y las fiestas, esta vez no ceno aburrida, diré que la paso con mi madre, pero en casa de Willi, me estoy enamorando, tanto decir que soy su diosa; por cierto, tan apuesto su padre, cada cana una experiencia, seguro se coge a la secretaria, plebeya con suerte, mientras su esposa en la canasta, colgándosele lo fofo de los brazos al estirarse por la carta, eso sí, los mejores perfumes, que me lleve el señor Iturbide de compras a Lyon y a un atardecer campestre en Strawberry Fields, volver por la noche luego de cenar lujoso; que el apuesto capitán me invite a la cabina; el próximo verano quiero un amante extranjero, uno muy bandido; Domínguez nunca deja en paz a nadie con eso de la fidelidad y el modelo de hombre clásico, nadie le hace caso, ni los mismos griegos lo escucharían, ay, los hombres, a veces prefiero una película de Bubby Keaton, a veces me estorba; los aguerridos de la no gubernamental siempre me saludan entusiastas, si me mira alguien crees que deseo todo con ése, si me muestro coqueta con la vida me paralizas, tus celos me tienen harta, no eres el mismo, cógete a alguien, que vuelva la sonrisa a tu rostro, a Cira de la Fonda por lo menos, por cada paso que das llevo tres de ventaja, es que no comprendes que ardo, quiero que alguien me regale un diamante de veintiocho puntos, necesito a alguien que me domine me someta me controle me retenga me abra me clave me presione me bautice suya me calle la boca me arree me meta de las greñas a la casa me contenga me coja sobre la cabalgata llanera de un potro me deje fría de tan macho y sepa cómo hacerme tomar gusto a sus desprecios me bese por fuerza el primer día y me meta mano en misa me corretee me ate me obligue me tenga encuerada y sin comer, alguien por quien arrastrarme como una perra, solamente pudo Manolo, el vividor, el Maldoror, aplicaba conmigo sus tácticas de proxeneta, dicen que se chucha a todas las maracas y las carambas de la zona beligerante; tomarme las pastillas sin falta, ni Dominguitos ni Willitos; Domínguez me envidia porque Willi me ofrendó su virginidad y él a ninguna ha desvirgado, no tengo la culpa de su trauma; sí lo amo pero no me gusta que hable a gritos, luego el vecino nos regaña; me gustan enojones; ahora la coronación, preciosa ante el espejo, me doy cuenta cómo todo el mundo me quiere, sólo Domínguez disfrutaría que me descadere, quisiera mis virtudes, yo soy libre, una pájara, soy la pasión, la ternura, dádiva de la vida, la madre, La Mujer; Domínguez cada vez está más solo, se hunde como el titánico, solía deslumbrarme, creí que lo sabía todo hasta que apareció Reyes Ramos; estoy a un paso de sentir lástima, me dará asco; Domínguez el verdadero tirano, sapo despiadado, ¿entonces yo una sapa?, yo libélula, Willi libélulo haciéndome el amor pegados de nuestras colitas tornasoles en el aire brumoso del amor, bzzzz, me dice apasionado, bzzz bzzz, le respondo excitada; soy mujer que sabe lo que quiere, escritores hablan mucho y besan poco, Reyes Ramos, tan tímido para robarme un beso, tan ansioso de arrojarse a mis pies, en el fondo un niño desamparado igual que todos, defendí a Willi de un tipo abusador, odio el ridículo, frente a sus padres aquel gran danés vino a meter su hocico directo en mi entrepierna, delator; ¿qué me dijo el padre Bobbio?, que pecado es desperdiciar talento y que fuera a visitarlo más seguido, su manaza peluda acariciándome la espalda, sin pedirme permiso obtendría lo que quisiera pero no imagina, me mira siempre los pies; aquel caballero en el parque me convenció de darme un masaje, siempre los otros, si me van a poner en cuartos por lo menos una almohada abajo, ay no, es que casi treinta y cinco, algún día seré vieja, llegando a los cuarenta me hago santa, a ver si aguanta Domínguez, todavía me falta Reyes Ramos, ese grosero de Manny, el joven y apuesto portero del Orfeo, Éufrates el barítono, el carnicero, ese modo de mostrarme el producto, probar el cuarto oscuro, la doble penetración y el oral con crambrulé; en el coctel de la embajada el canciller, muy paternal apretó mi naricita, qué bonita eres dijo, supe exactamente dónde habían estado esos dedos; el maestro Jamaica, luego de la clase de corporalidad me llevó a remar al lago y jugamos a que yo marinero y él capitán, alto riesgo, marinero, dígame, capitán, se responde a la orden, mi capitán, perdón, mi capitán, nada de eso, la falta amerita Consejo, no, por favor, mi capitán, se lo ruego, imposible, lo menos, un correctivo ejemplar, ¿qué me hará, capitán?, se lo diré en mi camarote, ¿me dolerá, capitán?, le gustará, marinero, es que soy casado, mi capitán, ¿sublevación?, nada de eso, mi capitán, lo que usted ordene, entonces sígame, lo voy a…, ¡aaahh, maestro Jamaica, nunca creí que usted!, a veces siento que verdaderamente me palpita, creo que aún amo a Domínguez a pesar de la locura de pasar la vida frente a una taza; me miro en el espejo, me pongo coqueta, soy sólo una nena adorable, ¡yuju!, lindas damitas y distinguidos caballeros, ¡a debutar! ¡Fuiiiiiiii! Ahí estaba la tetera llamando al presente constatable y serio. Domínguez es la sensación de salir botado de una paliza. Apenas hace un instante la visión de su mujer yéndose con William Iturbide en ese coche estupendo. Anhela otra situación, que le valga un loco despeñarse por una margarita; pero siempre es efectivo lo real: este hervidero de pasiones y el exceso de fabulación. Fue a servir el té con el entusiasta Bólek siguiéndole los pasos, con la torpeza a la vez elegancia de su naturaleza híbrida, sus patotas, su amistad un poquito interesada. Amigo, ¿tendrás algo para este viejo camarada?