jueves, 14 de octubre de 2010

VIDA MÍA

¡
Es un Iturbide! Domínguez sabe que está caracterizando con ese estilo afectado de cuando se pone poética (patética). Le respondió con un fiasco apenas despegarse la taza: ¡Un burgués mediocre, de ascendencia bastarda y roba erarios, tiene al peine y al espejo por consejeros; pero aristócrata jamás! Que si el menudo aristócrata entonces él republicano o anarquista con tal de ir en su contra. Respecto a su oposición histórica (histriónica) contra William Iturbide, lo enfadaba gritar frases largas y complejas con tanta emoción, más, la certeza de que a su mujer lastimaba la diatriba contra su adorado, tan recurrida a través de los años, y sabía también, tan bien, que en verdad protegía a su amante por encima de sus devaneos, desde aquellos años. Ahora entre ella vieja gansa de la sensualidad y del erotismo bien ejercido en sus años más culones, de cabaret literario y vodevil cultural, hombres y más hombres en su cama combinación de sudores; y él, viejo lagarto, ido profundo al apaciguamiento calcinado de las frías bibliotecas, hombre inmueble, terrible y hábil para el mentís, escondiendo celos rencor y desesperación de amante ultrajado en portadas, la distancia se volvió insalvable. La verdad es que a Domínguez Domínguez no interesa la verdad pero la tuvo: ¡Me hace sentir mujer, me trata como a una reina, se adelanta a mis pensamientos, me regala orquídeas de Constitución, las tardes de lluvia son románticas junto a él, huele a fragancia, me lleva a cenar y me cuida, hablamos del amor, es poeta! Para ella todo eso junto era el amor. Domínguez locomotora visceral su mente descarrilada detallando la escena: su mujer vistiéndose para ir al Orfeo a cantar, mientras aquél en calzoncillos detrás acariciándole el cuello con besitos en una habitación afrancesada según gusta la paloma. Esa medallita que cuida como un recuerdo precioso, ahora entiende Domínguez, corresponde con la ocasión en que pretextó el éxito de la temporada para llegar a casa pasada la media noche, ebria de aplausos y del placer del amor, directo a dormir sin hacer menor aspaviento no dejarse tocar. De este modo hacía de Domínguez un sistema alterado de relaciones, nervios, fechas con pretextos, atuendos con expresiones como ella frunciendo labios ante el espejo, y ¿en quién estará pensando esta vez? Entrañas al rojo vivo durante discusiones debatidas tantas tardes como fue engañado, cabos atados muy después cuando por ejemplo, durante un desayuno en que untaba margarina a su pan, Maribela comentó a vuela pluma que una noche en el Royal costaba alrededor de dos mil quinientos, la muy puta empinada para otro en una cama de pétalos; porque a éste su padre aún le daba fortuna, y por ello doble Domínguez ya no tiene certeza, si detesta que William Iturbide tenga a su paloma por lujos y sensiblería, o porque sea mejor amante o poeta más virtuoso. La sangre de tan flamígera se hela y prefiere no pensar. Ella volvía plena luego de enredarse con aquél. Domínguez por salud se obliga a creer que nada serio ocurre entre ellos, nada más porque se recitan poesía, porque meten mano al bollo gordo de su esposa ingobernable. Ella argumenta no poder dejarlo pues tienen proyectos juntos, porque la cultura es lo más importante en su vida, después del amor el canto y comportarse caprichosa, exigía la llamaran nena, reía tirada en cama jugando con las piernas al aire que, Domínguez dejaba bien fácilmente la dignidad. Luego aplacadas las vehemencias surgían emociones disociadas, el placer que deviene dolor y éste que se dulcifica placer. La ama y la odia.

Aquel domingo en el lago Maribela reclamó su intimidad, por ninguna razón mucho menos Domínguez podía ver los mensajes en que la endiosaban, pues ya una vez le arrebató y contra el suelo descalabró el artefacto, harto de ver cómo la tenían arrobada, cuando él, hambriento mendigando amor, demostraba viril natación en lo hondo inútil, sensación de patada en costillar de pellejo perro callejero, cómete las sobras del amor. Maribela le había advertido que si quería tomarla como puta, entonces eso sería. Fue la hora en que se puso grosera y difícil y no ha parado su cinismo. Yendo en el auto se volvió febril agraviando con que se daría gustosa, ya por hallar placer de provocar la ira de Domínguez o porque de sus palabras brotó el apetito, sentones en cualquier hombre, es más, en todos los hombres del mundo. Al parecer de Domínguez, todo; pero afuera decente. Se adivinan en los sujetos las fantasías que Maribela inspira. Mejor regresar a casa para violarla, castigarla apretujándola como para retenerla por siempre. Ella suplicaba que no pero se dejaba maltratar, ser deseada y poseída lo era todo, se erotizaba la atmósfera se cargaba, la piel, el resto perdía importancia, se la cogía toda. Noches largas y cansadas de herirse profundamente con verdades filosas, de terminar y comenzar otra vez luego de cada pelea. Por la madrugada en un hotelucho del Centro la poseyó con bestialidad y ella se dejó devorar llorando y gritándole ¡bruto, me quieres matar! Sabía diñarse; solían jugar a que estaba embarazada y pedía a Domínguez le tocara el vientre, protagonizaba el éxtasis de engendrar la vida, proponía ensayar nombres para el bebé y se divertían haciendo planes y delineando la axiología de la educación del nene, cómo se vería lindo Domínguez hecho papá con la bolita de carne entre brazos.

Fue uno de esos días cuando de la nada vino a informar que había llevado a Willi a conocer a su madre. Habían bebido té de Bután comprado en el lujoso Asturias, en el jardín de la casa pasaron una tarde maravillosa, cómo mamá quedó encantada con el sujeto y se figuró una pintura en la que ambos aparecían vestidos de gala, ella sentada honorable en medio con detalle de Willi tocándole el hombro, un verdadero caballerito, expresó. ¿Acaso Maribela esperaba que Domínguez se entusiasmara también por haber llevado al sujeto con mamá? Reconvino que si en verdad la amaban entonces querrían verla feliz. Salió decepcionada a la calle a media noche nadie sabe para qué. Luego disuadir la indignación de Domínguez le resulta un cepo delicioso, con esa ternura y sensualidad de chiquis incorregible. Domínguez antes de conceder el beso rogado, perdón que siempre otorga por ¿amar a esta mujer?, será trono del reproche y la reprimenda, se valdrá para decir que ahora sí, ésta la última vez, toma sus cosas y se larga. Nuuuuu, nuuuu, suplica en calzones tirada en la cama, ya son las once y no quiere levantarse. Más tarde cantarina en la regadera, para ella la vida es un bombón.

Pero ¿qué tal que la única realidad fuese Bólek el gato sentado con su espalda curva relamiéndose cachaza los bigotes de su vida fácil?, amado tanto por Maribela. Acaso también comenzó Domínguez no pudo darse cuenta desde cuándo, a creer, o notaba a partir de considerar a Bólek, que simplemente ya no veía al mundo como antes; pero de inmediato resolvió que no tenía celos del animal, tan obeso, tanto amor y cuidado le prodigan. Domínguez transportado a un mundo donde la tetera y Bólek constituyen toda referencia de la realidad, sórdida, como atrapada en la poética de Allan Poe; el gato escapa siniestro por la ventana y él queda expansivamente solo discutiendo epistemología con la tetera en la confusión de la noche primigenia; ésta a todo responde fuiiiii.

El rencor tan inflamado, no importa la pasividad de quien permanece sentado en la locura del sillón la taza de café y las ideas tumultuosas, se revela como la experiencia violatoria de un íncubo, luego de enterarse de la propuesta hecha a Maribela respecto al triángulo amoroso que sostienen: si tú quieres tener a dos hombres está bien si es lo que tú quieres; con ligereza de céfiro, dijo ella que dijo. Acaso es el desapego del amor de William Iturbide hacia su candorosa mujer, y no que con éste alojado también en su corazón comparte las gracias y delicias, la leche y la miel de su mujer, la cama y la mesa, el té para tres, la razón por la que vive en el infierno de los celos, porque cualquiera degusta el magnetismo de un amante tan libre que asiste al amor con pasión y compromiso, para salir dócil sin posesiones ni apegos. Pero mucho más lo corroe que éste sea más damita que ella y que a ésta reviente ser menos dulce que él, menos niña que él, menos mimosa y adorable que él, menos llamativa, tierna y mágica que él, quien exigió a Maribela no lo abandonara porque podría estar embarazado de ella. Ni pensarlo, Domínguez jura por amor propio que la identificación entre Maribela y William Iturbide no hace geometría con él. Esta envidia y estos celos delirantes son porque aquéllos rebosan de vida, están en todo les incumbe, ven de colores, ríen gozan corren cantan se emocionan, viven apasionados, tienen motivos, lo que Domínguez no halla, como si hubiese desaparecido el sentido de todo, porque mientras él cae ellos se elevan, engranaje metafísico de la vida. Y el gato Bólek ahí de holgazán en el suelo pausando sus movimientos de cola según la anchura de su existencia indiferente, ante un Domínguez atormentado por la nada, espacio para respuestas y no silencio. Maribela sale por fin de la recámara, ataviada para el boato que la espera en algún restaurante. Se va, se va con el otro, con Will Iturb, su archi enemigo, rival en el amor, algún día, hoy lo matará. Suena un claxon, alarma de amor en el corazón de Maribela apresurada toma las llaves de la casa no la esperen va a llegar tarde, revisa su peinado ante el espejo frunce labios beso, en el reflejo, en segundo plano él espiando en la ventana, piensa que un día presentará a los rivales, qué locura qué momento para ella, disputada por dos amantes. Planta un besito en labios de Domínguez ajeno al pie de la ventana. Abajo, nene Iturbide trae el automóvil descapotado que Domínguez adora, clásico, todo estilo. Cómo la pasión es también vulgar asunto político y de clase. Envidia y rencor ocultos en la ventana, Domínguez espía, sabor sulfuroso metálico de la venganza, se muerde el labio y sangra. Niega su destino nunca lo imaginó así, de niño quería ser científico. Ella sale y deja el eco de la puerta. Domínguez tiene una carabina entre sus manos, apunta con la precisión del odio. Pum, silencio. Un hombre se hace cadáver desvaneciendo su cabeza sobre el volante para siempre con su nobleza de aristócrata muerto, ya no importa a Domínguez sea o no aristócrata, está muerto. Pum, silencio. En una noche que se hace poesía que se hace crimen una mujer tomada por sorpresa el asesinato de su amante pone en crisis. Y se vuelve con odio hacia una ventana del edificio enfrente, donde un sujeto es cinismo y gozo. Maribela llora destrozada, animalito conmovedor. Recuerda Domínguez una de tantas dulzuras que enternecieron su alma, por eso se casó con esta mujer. ¿Qué es esto? Entra en pánico. Mejor no dispara. La ama. Deja que se larguen como siempre, deja vivir al amor, no hay remedio no entiende el amor. Pero en este momento en que se es o no se es… ¿Habrá café en la cocina? Bólek dice miaao.

Domínguez prefiere la escena perfecta a ser feliz, no quiso más, tomó su gabardina, salió caminata a la ciudad lo que sea, un whisky, la prostitución, el trapicheo, él trapisonda, el parque la plaza el suicidio en el puente, daban igual. ¿Por qué agobiarse por lo remoto e incluso absurdo de dirigirse a lo del padre Bobbio? ¿Por hábito tortura la ansiedad, tortuga la tristeza, barca de la Alianza? Ojalá encontrara a esos dos en la avenida para justificar cuchillo su rabia. Cran tuctuc, la puerta del departamento anuncia el ánimo con que Domínguez sale al mundo, se ajusta el abrigo baja escaleras con un corridito señorial quizá mejor las zapatillas de deporte así saca el coraje. Viene a dar ante una niña con la cabeza dilatada por el gigantismo, maquillada como adulto, lapidaria abrazando su muñeca casi un trapeador: Los tiburones viven en Cancún y las ballenas se fueron de vacaciones a Acapulco, no van a regresar. Tampoco el mar volvió; fue la respuesta de su amedrentada psique. Siente mareo ante el adagio. La niña comienza un balancín. Él observa que recuerda con claridad. Supo desde la primera vez quién era ese tal William Iturbide por la confianza con que tomó a Maribela para saludarla el día de la convocatoria, la fajó por la cintura con el sentido de propiedad que se tienen quienes se corresponden. Domínguez vivió la escena, ya sabemos, desde su celotipia como floritura lenta de petardo al culo, atragantado de rencor, el beso intencionado de algo más que amabilidad, la discreción forzada, denuedo de una Maribela toda emociones. Para Domínguez, ultraje. Ella posee el arte laberíntico de hacerlo dudar de sus propias certezas; juró inocente, no más que un saludo amistoso, por lo menos ella ni en cuenta (petición de principio de este culebrón). Si no me hubieras dicho ni en cuenta de sus intenciones, pero ahora por tu culpa voy a estar atenta a cómo me trata, por tu culpa si me enamoro de otro, le caigo bien y me da bombones es normal cuando alguien te agrada quieres darle algo; pero yo no fijo mi atención en él, ay es un niño, se comporta como un niño y está enfermo le pregunté qué tenía se soltó a decirme uuuy la retahíla todos sus achaques el pobre parecía letanía, que si la cabeza que si los pulmones que si el páncreas los riñones, el doctor le prohibió fumar y tomar qué bueno le dije eso está bien para que ya te calmes (Domínguez sabía que lo incorregible la estremecía de ternura), le dije búscate otro pasatiempo, pon tu cabeza tus pensamientos en cosas nuevas, enamórate de alguna chica, y qué crees, me miró y dijo ya sé, se puso bien contento, dice que se va a enamorar de mí, dijo, ¿tú crees?, y yo que me quedo así, las ocurrencias de éste, ¿tú crees?, está bien loco, de verdad está muy mal del corazón, tiene riesgo de paro cardíaco, me preocupa, me recuerda a mí, también yo estoy enferma del corazón, sé lo que se siente, es que, amor, no sabes lo que se siente saber que te puedes morir en cualquier momento, es horrible y yo lo entiendo, le pregunté qué presión tiene, nada más, en eso no hay nada de romance ni nada de atracción, no inventes cosas, qué de malo hay en sugerir a alguien que se nutra bien, haga deporte, lleve una vida sana, le dije que yo nado en la Olímpica los fines de semana y puedo presentarle al entrenador es buenísimo el tipo estudió en Rusia, le va a hacer mucho bien, te dije que si querías acompañarme pero no te gusta hacer deporte; nosotros queremos crear una nueva corriente artística bajo el concepto del amor sutil, ese tipo de amor que se da entre hombre y mujer pero en el que ni siquiera hay romance ¿me explico?, una amistad amorosa, algo medio tántrico platónico y lunático, fundado en las miradas apasionadas pero distantes, en el deseo contenido, en la virtud, disciplinar la pasión, consumada en el simple roce de la piel durante una despedida; te digo que está enfermo del corazón y tiene muchos problemas, de pequeño su madre lo vestía y lo trataba como a una niña, el pobre lo resiente todavía, ¿tú crees?, quería que le prestara mi maquillaje y que abre mi bolsa el atrevido y saca una toalla frente a todos, ay no, la vergüenza, ellos las carcajadas, yo la vergüenza; he sabido esperar y guardarme durante años hasta hallar el amor para siempre, la vida me lo tiene reservado, voy a luchar por él, si estoy contigo es porque lo he decidido así, porque te quiero, tontito, contigo soy mágica; lo del general Conejo ya pasó, también lo del Rubistein ese muy hombre de negocios, que me conquistó con su amabilidad y ese helado de limón que sin permiso me llevó hasta la piscina del hotel Hacienda Carreta, yo dejé bien claro desde el principio, a Giovanni me le entregué toda no te extrañe que se aparezca cualquier día rogándome que vuelva. Domínguez siniestrado por la visión dio un jugoso billete a la niña como para paliar en ella la fogosidad del destino. Afuera la noche estaba muy fresca. En realidad Domínguez nunca ejecutó su reacción de largarse a la calle, continuaba inserto entre los pliegues de la cortina maquinando mentalidades, desde donde presenció el adiós de su mujer con otro.

Así que de regreso al sofá mullido y desvencijado, constancia de un existir sentado, mental y distraído, cree que si en algún momento hubiese portado pistola, matado a alguien, vida torcida… De regreso al sofá tullido y avejentado, testigo de que Domínguez pretende cebar sus cuitas arrellanándose en compañía de Bólek; pero el animal básicamente es nervioso y está empeñado en desligarse. Las caricias repeinan su cabecilla felina y al tiempo comienza a fiarse seducido por tanto placer. Bólek mira indiferente a Domínguez mientras se deja acicalar, abre y cierra ojillos parsimoniosos sin perder ápice de suspicacia ni placer. Bien. Pues muy bien. Sí, muy bien. Bien. Parecen decirse con deferencia. Domínguez quiere atemperar esta orgía de pasiones hasta que su mujer esté de regreso. Por ahora tiene su taza de té. En el silencio de la soledad no piensa, lo único que puede apagar su fuego es sentir la humedad de su mujerla con las piernas abiertas, haciéndola gemir arrancarle la vida/alguien toca la puerta. Bólek huye a resguardarse como si estuviesen ante la inminencia del crimen; mientras Domínguez, la visión de escapar sobre un avestruz a toda velocidad. Luego se adueña, porta un gavilán tatuado abarcándole el pectoral con la pretensión de desplegar su envergadura en cada sístole. Otro llamado de tres tiempos totalmente imperativos, advertencia impaciente, una autoridad, del tipo que sea, llamaba esa noche a la puerta. Domínguez vergonzosamente derrotado, entregado ni siquiera al oponente sino al cierne de un posible desafío insorteable, comprendía, se trata del sentimiento fatal, demonio de la perversidad que empuja hacia la muerte; los naturalistas dirán entropía, amoralidad en el hombre; atrabilis, carácter de melancolía. Lo que sí, coraje. Mas tuvo a bien acogerse en Billy the Burroughs and Edgar the Poe, tan señorones sentados en el otro lado de la condición humana. La soberbia con que nos desdeñaría el Heredero; la suspicacia con que nos esquivaría el Huérfano. Pero él, Domínguez Domínguez Huerta Cisneros, tan ambiguo en lo limítrofe de sí. Tímido, mírame, sedujo sierpe voz en su conciencia. Se odió. No mucho. Por tercera ocasión alguien hacía resonar la puerta con carácter coercitivo. Domínguez admitiría que a todas luces fueron campanadas. ¡La parroquia del padre Bobbio a esta hora inconcebible! No querrá confirmar sea la media noche, no mira el reloj, no está loco para abrir esa puerta, no es un psicópata. Ya la abrió. Es una mujer, nunca antes vista, por nadie. ¿Usted conoce la Palabra? Disculpará la hora, pero siempre es importante dedicarle por lo menos un tiempecito, ¿verdad?, a escuchar la Palabra, ¿usted va a misa los domingos? Yo voy a misa los miércoles. Toda la vida perder el tiempo pero éste instante es la ansiedad de que esta señora le desperdicie el don de la inspiración, precisamente pudiera ocuparse de la filosofía, de la objetiva crítica, del ensayo de la razón, odiar obsesionado a Maribela. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que llegó la predicadora? Impresión de que han sucedido tantas horas y continúan a pie de puerta. ¿De qué hablan? Del lote baldío que es tu mente. No. Del infierno, que no está fuera, sino en el alma quema. ¿Mostraría Domínguez a esta mujer el caos orquestado que es la suya? Desorden de vidas pasadas, dijo una vez la gitana. También alguna vez aceptó entregar su vida al Redentor; pero después de todo, una farsa. Y aun cuando nadie recuerda ni importa el hecho, Domínguez continúa sufriendo la sensación punitiva de que cada persona en la ciudad, cada mañana al despertar, no deja de sentir vergüenza ajena por el hombre que no pudo sostener su palabra, y cuando se encuentra con cada uno de ellos en lo público y cotidiano, cuando imposible es evitar lo vulgar, acongojado, siente el filo de un trato deferente, percibe el insolente y discreto palpitar de esos corazones despreciarlo. Pero en otro estadio de su pensamiento, certeza deslumbrante de su majestad león entre rebaños y no caber, acaso como colofón conceder esta neurosis como expresión de su ogrocentrismo. Lo que tenía específico de su historia es que de los pretextos pasó a la franca invención, y que su vida es una prolongada relación de por qués sin respuesta y de consecuencias irreversibles. Locura, demonio de la perversidad o espíritu de la fealdad. Billy confesó en su epístola: “Creo que tengo miedo, y no precisamente de descubrir una intención consciente… ¿Por qué en vez de tener más cuidado, no renuncié a la idea?” Lord Allan, a la oscura simpatía, acudirá para añadir que “teóricamente nada es más irracional que esta clase de procedimiento, en la certeza del error o la equivocación existe con frecuencia una fuerza irresistible.” Por su parte, lo menos que conseguía, hacerse de sospechas, zanjar distancia de la gente, o el rechazo expedito. En el colmo decantaba sus angustias precipitándose al río con un salto desde el puente Figueras, y de inmediato a ponerse contra corriente para volver a casa arrepentido, balbuciendo los entreveros que ofrecería como explicación, que ya nadie admite o finge hacerlo. Y al evolucionar a la superficie la mujer continuaba catequizándolo. ¿Verdad? Porque en la palabra de Dios está todo, entonces abrió El Libro y Domínguez sintió irreversible que le iban a leer un fragmento. Dice en Juan 13, “estaban comiendo la cena y el diablo ya había depositado en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle –a esto me refiero-, cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: Tú, señor, ¿me vas a lavar los pies a mí? Jesús le contestó: Tú no puedes comprender ahora lo que estoy haciendo. Pedro replicó: Jamás me lavarás los pies. Y Jesús: Si no te lavo no podrás tener parte conmigo. Entonces Pedro dijo lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Domínguez sintió una punzada de desprecio por ese Pedro advenedizo, la comedia humana; aunque en última instancia admitió que posiblemente se identifica. También quedó incierto entre el repudio a ese oportunismo y la visión deliciosa, más concreta, de las piernas brillantes de nylon, muy decorosas, a punto de rasgarse la textura en las rodillas, el aire sexual que no puede ocultar esta señora y su recato, la punta rota del pulgar de sus pies, tanto caminar, llevar mensajes de esperanza, tanto bailar chachachá, quizá le gustara lamentar. Pero lo que adviene, lo siniestro, titubea la luz del foco, repica histérico el teléfono, afuera sucede que uuuuuuuiiiiiiiiiiiiiisssssssssssshshshshsh, la caldera ambulante de asados invade la noche e indica lo terrible. Perversión de Domínguez este colapsarse y no proceder con el teléfono ni asomarse a comprobar la leyenda o existencia del vendedor en la calle. La realidad es que tiene compasión obtusa de sí; más bien tufo a corrupción. Dijo el insatisfecho irlandés que el sentimental pretende rendirse a la vida pero sin compromiso. Eligió descolgar el aparato. ¿Bueno? ¿Sí, bueno? ¿Bueno? Diga, lo escucho, dígame qué se le ofrece, son las dos de la mañana, diga qué se le ofrece. ¿Bueno? ¿Quién habla? Y luego se lanza nervioso: ¿Bueno, Kenzaburo Oé…, mamá? Eres tú mamá, ¿verdad?, no pretendas engañarme. ¿Eh? Habla más alto, no te escucho. Pedir hablar más alto porque no se escucha, efectivo que solicitarlo es porque no se escucha; lo preocupa la cantidad de dichos inútiles o incorrectos, pérdida de tiempo; y ahora ante esta mujer religiosa esperando continuar su catequesis y confundiendo con autoridad moral la atención con que es honrada; permítame tantito, atenazó Domínguez un santiamén entre sus índice y pulgar, se volvió hacia el teléfono como si con ello consiguiera privacidad, paisaje inofensivo su grueso perfil desinflado, se tapa la oreja para atenuar el escándalo que en realidad no está afuera, se siente escudriñado, evidencia de la relación con su madre, la presencia demandante del que viene en nombre del Señor o las invenciones de una psique febril una noche de verano. La voz galvanizada de la bocina justificaba cómo nunca se deja de ser madre, acuérdate cómo te marea el tufillo de asepsia de las clínicas, las salas de urgencia, travieso, se te revuelve el estómago, niño enfermizo, bueno, cosa de nada pero bien seguido te me desmayabas en los honores a la bandera con el sol fuertísimo ya se esperaba de ti, el desplome de Domínguez Domínguez en medio de los honores a la bandera, tus compañeros listos a pescarte y reírse, claro, las risas y un poco de burla entre los chicos es normal, luego tenías que esperar bajo la sombra del guayabo a que terminase la ceremonia, yo me sentía más segura pero no tengo la culpa; la excitación que te provocaba el Juramento a la Bandera, yo te obligué porque cuando hacías en tu baciniquitiqui recitabas muy bien y hasta cantabas, en casa un niño muy alegre, no para que llorases de vergüenza pues no tenías motivo, cualquier otro era más desenvuelto, ¿cómo sabría yo que entrarías en pánico?, cómo fui a enterarme que te decían lagrimitas de cocodrilo, que ese grandullón te pegó en la barriguita y se peyó en tu carita, abusador; no tienes que sentirte menos sólo porque ta-ta-tartamudeaste en tus primeros años, eso cualquier niño; acuérdate de las comparaciones destructivas, cada angelito sus alitas; yo dije éste es mi muchachito, así lo quiero y le voy a dar su sánwich de crema de cacahuate, ¿te acuerdas?, ahora, si lo que quieres es que tu madre se vaya lejos de ti muy sola lejos y sin saber de ti, mal criado, ¿cómo iba yo a saber que ellos con saña dirían que tu emparedado era de caca?, y tú, llorando, tan sentimental que eras, mi pobre muchachito, soy su madre y doy la vida por usted, desgarrado gritándoles que no, que no era de caca, que era de crema de cacahuate, y ellos retorciéndose de risa, que por lo mismo; y el otro, el de jaiba, todos dijeron que era de pescado, que apestaba, te fueras hasta allá a comerlo; de los Castro no se burlaban, ellos únicamente frijoles, había puñete; el reporte de la especialista, incapacidad para relacionarte, respuesta psicomotora lenta, déficit de atención, no participa en clase, distraído, baja intensidad volitiva, tendencia a la contemplación y al monólogo, depresión, catatonia, monomanía, el botón que fue a parar no sé cómo hasta el fondo de tu nariz, sangrados constantes, insolación, ejercicios para coordinación todas las tardes, hacerte comprender el sentido común, se rindió la doctora, omitimos la idea de un problema, vida normal en lo posible y medida. Domínguez incorporándose aclaró su mente y basta de caos. Colgó. Andando sobre la avenida Cervantes, Maribela lo acusó de que por sujetos como él la literatura nacional estaba hecha mierda. Y Mars: Si nunca cumples tu palabra. Louis: Pero me lo cuidas. Aimee: Todos estamos esperando algo de ti. Rubicielo: Quiérete más. La respetada anciana Bustindúi: A todos se les notan los frutos menos a éste. La C. de las L.: Su talento no califica. La empresa: Le llamamos toda la tarde, ya cubrimos la vacante, gracias. Escaldado y azuzado, estúpida, se defendió mentalmente, se había quedado sólo con la ofensa de Maribela y lo agridulce del honor de joder la literatura nacional; lo miserable de reconocer la verdad de una carrera literaria infructuosa, romanticismo insostenible a su edad, por asalto la conciencia del tiempo perdido, la farsa, vida mal empleada, mal parida, se hubiera dedicado a otra cosa, vender helado de pistache en un camión oxidado, miedo de tomar la decisión incorrecta, que conlleva a equivocarse, otra vez el demonio de la perversidad, desde muy temprano compañero de viaje. Notó que la mujer en la estancia insistía respecto a algo pendiente, una deuda con la parábola. Domínguez la tomó del brazo y la puso en la calle, estaba colmado. Oiga pero. Nada. Portazo.

Maribela estuvo de regreso en unas horas más, desayunaron juntos, rompió el silencio comprometido lamentando tener una uña enterrada y llevó el pie hasta la cara de Domínguez para constatarlo, doliéndose y complacida de su farsa, no le interesó importunar y obligarlo a decidirse entre un dedo pulgar y un bísquet con margarina, todo con tal de no dar espacio al reclamo por irse anoche con otro. Se vistió con una camiseta de él y consiguió enternecerlo. Ya Bólek subió con un saltito amortiguado a las piernas de su ama, privilegiado, olisquea la mesa, no proviene de ahí la interesante fragancia sino de la intimidad de ella. Domínguez se siente piedra. Maribela se quita al gato; estará pegajosa todavía, salió a eso toda la noche. Enardecido entonces la provoca, declara que él también se largó a la calle a entregarse al libertinaje, pero a lo aberrante, fue a los gansos, que ella repudia tanto. Dicen que es negocio de la mafia china yo no sé. Se sujeta el animal por las alas, se penetra, un somelier eleva el sable, vibra el gong y decapitada la bestia, convulsión trepidante, ha habido ocasiones, dicen, en que el cliente realiza un vuelo ligero llevado por un ganso sin cabeza. Asqueada pero siempre sobrepuesta a las provocaciones, lo deja en vilo, no le importa lo que haya hecho, si se trata de competir, ella lo pasó mejor. Bastó la insinuación para incendiar a Domínguez, que taladra con mirada colérica: Desnúdate, impera. ¿Aunque huela a otro? Domínguez se precipita sobre ella, descuadra el mantel derrama el café hace el escándalo, la prende de las greñas la pone sobre la mesa y le desnuda el culo. Ella aferrada a la manta de franela y a la mano en su cabeza. Inyectado, hecho un bruto toma tres dedos de margarina, se empavesa e invade a fondo. Ella se crispa, pretende que ¡nuu, nuu, que nooo, por ahí naaaa! Un óculo, un sol, un botón, una flor, resistencia que cede a la transgresión. Domínguez destensa por piedad, halagadora obediencia que obtiene de su Maribela quieta sumisa y poseída por el rigor, docilidad que, según el palpitar de ese portal, va admitiéndolo como su verdadero señor. Maribela aprieta los ojos: (Hay algo en todo esto, que me mata.)

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